🇺🇲🇨🇳 En las últimas décadas, el mundo ha sido testigo de una gran transformación geopolítica: el gradual declive de EE.UU. como potencia hegemónica y el ascenso imparable de China como nuevo eje del poder global. Este cambio no solo redefine el equilibrio económico y militar, sino también los valores y las alianzas que moldearán el siglo XXI. Mientras EE.UU. enfrenta divisiones internas, crisis institucionales y un desgaste en su liderazgo internacional, China consolida su influencia mediante una estrategia combinada de expansión comercial, innovación tecnológica y cordial diplomacia.
El surgimiento de un nuevo orden multipolar ya no es una hipótesis, sino una realidad en construcción. China avanza con iniciativas como la Nueva Ruta de la Seda, su dominio en sectores clave como la inteligencia artificial y su creciente presencia en organismos internacionales, mientras EE.UU. lucha por mantener su relevancia en un escenario cada vez más fragmentado. ¿Estamos ante el ocaso definitivo de la era estadounidense y el amanecer de un mundo liderado por Beijing?
Ascenso y caída de las potencias
EE.UU. es una potencia en declive y China una potencia en ascenso. En este gráfico podemos observar el poder relativo de los grandes imperios donde se representa el ascenso y declive de las principales potencias globales a lo largo de la historia, utilizando ocho indicadores clave de poder: educación, competitividad, innovación y tecnología, producción económica, participación en el comercio global, fuerza militar, posición financiera y estatus de moneda de reserva.
Las grandes potencias siguen un patrón cíclico de ascenso, auge y declive que se repite a lo largo de la historia. Estos ciclos están impulsados por diversos factores económicos, sociales y políticos.
En el caso de China, tuvo una posición dominante durante siglos, especialmente antes del siglo XIX, cuando sufrió un fuerte declive debido a problemas internos y presiones externas. A partir de la década de 1980, con las reformas de Deng Xiaoping, China comenzó un rápido ascenso en varios indicadores clave, especialmente en producción económica, innovación y tecnología, y comercio global.
EE.UU. es actualmente la principal potencia global pero muestra signos de declive en algunos indicadores clave. Sin embargo, aún mantiene fortalezas significativas, como su estatus de moneda de reserva global y su sistema financiero.
Ray Dalio en su libro "Principios para enfrentarse al nuevo orden mundial" (2021) explica detalladamente los ciclos de auge y caída de las potencias.
Los siguientes gráficos representan el ciclo recurrente que atraviesan las sociedades, desde períodos de estabilidad interna y crecimiento hasta fases de caos, conflicto y eventual reestructuración.
Ray Dalio identifica que las potencias atraviesan ciclos predecibles de ascenso, auge, declive y colapso. Estos ciclos son impulsados por la lucha constante por el poder y la riqueza, así como por las tensiones ideológicas y culturales.
Se dividen en 6 etapas:
Etapa 1: Consolidación de un nuevo orden y liderazgo después de un período de conflicto o revolución.
Etapa 2: Creación y fortalecimiento de instituciones y sistemas económicos eficientes.
Etapa 3: Periodo de paz y prosperidad con crecimiento económico estable.
Etapa 4: Excesos financieros, acumulación de deuda y aumento de desigualdades sociales y políticas.
Etapa 5: Crisis financiera y aumento de tensiones políticas y sociales.
Etapa 6: Conflictos internos, guerras civiles o revoluciones que llevan a una reestructuración del sistema.
Ray Dalio sugiere que EE.UU. se encuentra actualmente en la Etapa 5, marcada por condiciones financieras difíciles y polarización extrema, mientras que China parece estar en la Etapa 3, disfrutando de un período de relativa paz y prosperidad.
Los siguientes gráficos proporcionan una visión histórica del ascenso y la caída de las dinastías más importantes de China donde podemos ver las 6 etapas citadas anteriormente.
Se observa el ascenso, auge y declive de las principales dinastías chinas, Tang, Song, Yuan, Ming, Qing y por ultimo la China bajo el Partido Comunista. Cada dinastía comenzó con líderes fuertes y reformas efectivas, pero eventualmente decayó debido a mala gestión financiera, desigualdad creciente y conflictos internos. La historia china sigue siendo una fuente clave de inspiración para los líderes actuales, quienes aplican estas lecciones historicas en la planificación económica y social.
En el caso de EE.UU., Ray Dalio sostiene que se encuentra en una fase de declive dentro del ciclo histórico que atraviesan todas las grandes potencias. Este proceso se manifiesta a través de varios síntomas interrelacionados: el endeudamiento excesivo, la impresión masiva de dinero, el aumento de la desigualdad económica y la creciente polarización política. Para Dalio, estos factores debilitan la cohesión interna y socavan la capacidad del país para mantener su liderazgo global. Cuando una sociedad pierde su unidad interna y se enfrenta a conflictos cada vez más intensos entre grupos, se vuelve más vulnerable a crisis tanto económicas como institucionales. Sin embargo también aclara que EE.UU. mantiene su hegemonia del dólar como moneda de reserva y su fuerza militar.
Otro aspecto central es la pérdida de competitividad de EE.UU. frente a potencias emergentes, especialmente China. La historia demuestra que las transiciones de poder entre imperios suelen estar marcadas por tensiones económicas, ideológicas y militares. En este marco, Dalio cree que el enfrentamiento entre EE.UU. y China no es un hecho aislado, sino parte de una dinámica estructural que redefine el equilibrio de poder global.
¿Como se expresa la guerra entre EE.UU y China?
La rivalidad entre las dos mayores potencias del mundo se manifiesta en múltiples frentes, redefiniendo el orden global. Estos son algunos de los principales escenarios donde se libra esta disputa:
• Guerra comercial: Aranceles, restricciones y barreras que afectan el comercio bilateral y global.
• Guerra tecnológica: Competencia por el liderazgo en IA, semiconductores, 5G, computación cuántica y carrera espacial.
• Disputa por recursos estratégicos: Control de minerales clave como tierras raras, litio, además de alimentos y recursos energéticos como petróleo y gas.
• Disputa financiera y desdolarización: Intentos de China por reducir la dependencia del dólar en el comercio internacional.
• Disputa en Asia-Pacífico: Tensiones en Taiwán, el Mar de China Meridional y diversas alianzas militares.
• Influencia en América Latina y África: Inversiones, acuerdos comerciales y diplomacia para expandir su poder e influencia en estas regiones.
⚠️💥 Esta disputa que por determinados motivos no puede saldarse en un choque militar directo, se expresa en otras formas, pero que de igual manera están redefiniendo el orden global.
Guerra comercial
La guerra comercial entre China y EE.UU. representa uno de los conflictos económicos más relevantes de la actualidad, y aunque sus raíces pueden rastrearse a lo largo de las últimas décadas, adquirió un carácter frontal y explícito desde la administración de Donald Trump, cuando en 2018 se implementaron aranceles punitivos contra productos chinos por valor de cientos de miles de millones de dólares, con el argumento de corregir desequilibrios comerciales, frenar "prácticas desleales" y proteger la propiedad intelectual estadounidense. En este 2025, Donald Trump, ya en su segundo mandato, ha retomado la guerra comercial acelerando la imposición de aranceles como forma de frenar el avance chino en el plano comercial.
Este enfrentamiento ha evolucionado y se ha trasladado a terrenos más estratégicos, particularmente en sectores clave como los semiconductores, las telecomunicaciones, las energías renovables y la inteligencia artificial. Estados Unidos ha reforzado restricciones al acceso de empresas chinas (Huawei y otras firmas tecnológicas) a componentes críticos como los chips avanzados fabricados con tecnología estadounidense o aliados clave como los Países Bajos y Japón. Estas restricciones tienen como objetivo frenar el ascenso tecnológico de China, al considerar que el dominio en áreas como la computación cuántica, la automatización o la IA podría otorgarle una ventaja no solo económica sino también militar y diplomática. Por su parte, China ha respondido con iniciativas como la profundización del plan "Made in China 2025" y la promoción del autoconsumo tecnológico, redoblando esfuerzos por alcanzar la autosuficiencia en industrias estratégicas y desarrollar su propio ecosistema de innovación.
Además de la dimensión tecnológica, el conflicto ha implicado una reconfiguración de las cadenas globales de valor. Muchas empresas multinacionales están revisando su dependencia de las fábricas chinas, por los aranceles, las tensiones políticas y la creciente incertidumbre geopolítica. Este fenómeno, conocido como “nearshoring” o “friendshoring”, impulsa el traslado parcial de la producción a países considerados más cercanos o confiables para EE.UU., como México, India, Vietnam o naciones del sudeste asiático, al tiempo que China busca consolidar su influencia en Asia, África y América Latina mediante inversiones, financiamiento y acuerdos comerciales bilaterales o multilaterales.
La industria china y el superavit comercial
La industrialización de China en las últimas décadas ha sido implacable, es el gran motor de su economía y sus exportaciones, y la gran amenaza comercial para EE.UU.
En 2003, China representaba poco más del 10% de la producción industrial global. Dos décadas después, supera el 30%, consolidándose como el nuevo epicentro manufacturero del planeta. Este ascenso, imparable y sostenido, ha desplazado a potencias tradicionales como EE.UU., Japón y Alemania, cuyas participaciones se han reducido año tras año, como lo muestra este gráfico.
Este cambio no solo es económico, también es político y estratégico. La supremacía industrial implica poder: control de las cadenas de suministro, influencia geopolítica y capacidad de marcar las reglas del juego global.
Esta supremacia industrial también se observa en terminos comerciales. En 2024, la brecha entre las dos principales potencias del mundo se volvió más evidente que nunca: mientras EE.UU. registró un déficit comercial récord de 918 mil millones de dólares, China alcanzó un superávit histórico de 990 mil millones. Esta diferencia no es solo un dato económico: revela el reordenamiento del poder global.
Durante décadas, EE.UU. sostuvo su rol como motor del consumo mundial, importando más de lo que exporta y financiando ese déficit con deuda. Por otro lado, China ha fortalecido su modelo exportador, impulsando la producción industrial, la innovación tecnológica y la integración comercial con Asia, África y América Latina a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta.
La estandarización
La estrategia de China en materia de estandarización tecnológica se ha consolidado como una herramienta clave en su ambición de convertirse en una superpotencia tecnológica. Este enfoque no solo busca reducir la dependencia de tecnologías extranjeras, sino también posicionar a China como un actor central en la definición de normas y estándares a nivel global.
Desde finales del siglo XX, China ha implementado políticas orientadas a fomentar la innovación nacional, es decir, el desarrollo de tecnologías propias sin depender de transferencias tecnológicas del extranjero. Programas como el "Plan Antorcha" de 1998 y el "Plan de Mediano y Largo Plazo para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (2006-2020)" han sido fundamentales en este proceso, estableciendo infraestructuras y ecosistemas que respaldan la innovación y la creación de empresas tecnológicas nacionales.
Un componente esencial de esta estrategia ha sido la estandarización. Al desarrollar y patentar sus propios estándares, China busca no solo reducir los costos asociados al uso de patentes extranjeras, sino también ejercer influencia en la economía global al establecer normas que otros países adopten. La Administración de Normalización de China (SAC) ha desempeñado un papel crucial en este proceso, emitiendo regulaciones y promoviendo la creación de estándares nacionales que reflejen las capacidades y necesidades tecnológicas del país.
Esta política de estandarización no se limita al ámbito interno. China ha intensificado su participación en organizaciones internacionales de normalización, como la Organización Internacional de Normalización (ISO) y la Comisión Electrotécnica Internacional (IEC), buscando influir en la definición de estándares globales. Además, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) han servido como plataformas para exportar sus estándares a otros países, promoviendo la adopción de tecnologías chinas en infraestructura, telecomunicaciones y otros sectores estratégicos.
Como bien explica Gustavo Girado en su libro "Un Mundo Made in China" (2021):
" (...) la lucha actual se libra en el terreno de soft power, o sea, la capacidad de una potencia de incidir en las acciones o intereses de otras economías valiéndose de medios culturales, ideológicos y diplomáticos. Dentro de esa expresión de poder es que encontramos la fijación de estándares, que hasta aquí forma parte del proyecto de independencia chino. En el escenario geopolítico global actual en el cual se aprecia ausencia de un único actor hegemónico, nadie tiene el control absoluto, por lo que estos instrumentos de poder blando pueden ser cruciales para poder dirigir la política mundial en la dirección deseada". (p.117)
Este enfoque ha generado tensiones con otras potencias, especialmente EE.UU., que perciben la estrategia china como una amenaza a su liderazgo tecnológico y económico. A pesar de esto, China continúa avanzando en su estrategia de estandarización, consciente de que el control de las normas técnicas es fundamental para consolidar su posición en la economía global. Al establecer estándares que reflejen sus propias capacidades y prioridades, China no solo busca reducir su dependencia tecnológica, sino también ejercer una influencia significativa en la configuración del nuevo orden económico global.
China y el control de las instituciones globales
Un tema poco tratado es el creciente control e influencia de China en organismos multilaterales que históricamente fueron diseñados y dominados por EE.UU., como la ONU, la OMC, la OMS, entre otros. Esta una de las estrategias más sofisticadas y menos confrontativas que los chinos emplean para ampliar su poder global. En este terreno China actúa con un enfoque paciente, institucional y pragmático, buscando reformar desde adentro el orden internacional creado por occidente.
Una de las principales formas en que China desarrolla esta influencia es mediante la ocupación de cargos clave en estos organismos. En los últimos años, ciudadanos chinos han sido elegidos o designados como directores generales, secretarios o altos funcionarios en agencias relevantes como la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y han ganado influencia dentro de la OMS y la ONU. Esta presencia le permite incidir en decisiones normativas, definir prioridades presupuestarias y promover una narrativa favorable a su modelo de desarrollo y su política exterior, al tiempo que limita la capacidad de crítica institucional hacia su política interna o su diplomacia.
Además, China utiliza su creciente peso económico y diplomático como herramienta para generar apoyo entre países del Sur Global. A través de inversiones, asistencia técnica, financiamiento de proyectos e iniciativas como la Franja y la Ruta, ha tejido una red de alianzas con países de África, Asia, América Latina y Oceanía que luego traduce en respaldo diplomático dentro de las votaciones en foros multilaterales. Esto le permite bloquear iniciativas contrarias a sus intereses, como por ejemplo las críticas a su política en Xinjiang, Hong Kong, Taiwán o el mar de China Meridional.
El gigante asiático también impulsa un enfoque alternativo a la gobernanza internacional, donde conceptos como "no injerencia", "soberanía nacional" y "cooperación para el desarrollo" reemplazan la idea de intervención externa o condicionalidad. Esta narrativa resulta atractiva para muchos países que han sufrido presiones de Occidente a través de organismos multilaterales como el FMI o el Banco Mundial. China promueve así un modelo multilateral más flexible, donde las reglas no son universales ni impositivas, sino negociadas y adaptables a las particularidades de cada Estado.
Otro mecanismo es el uso estratégico del financiamiento. China ha incrementado significativamente sus aportes a organismos multilaterales, tanto en cuotas obligatorias como en contribuciones voluntarias. Esto no solo le da peso en las decisiones internas, sino que le permite dirigir programas y prioridades en áreas sensibles como desarrollo, infraestructura, salud o conectividad. China ha llenado vacíos presupuestarios dejados por EE.UU., reforzando así su imagen de potencia responsable y colaborativa.
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