Articulo escrito por Dante López Raggi
Derribando la tergiversación ideológica liberal
La era del totum revolutum:
El imperialismo Internacional del Dinero, claramente
delineado por la máxima Santidad Pío XI, en la actualidad ha impregnado la
tierra del Padre Creador con sus influencias mercantilistas, dando a luz un par
de retoños. Uno de estos descendientes se llama Javier Gerardo Milei, mientras
que los otros se encuentran en su nación natal, ubicada en la calle financiera
de Wall Street.
El anarquista liberal, rodeado por agentes de
seguridad del sionismo internacional israelita y respaldado por empresarios que
no creen en la misericordia impartida del Nuevo Testamento, ha formado a nivel
nacional un golem político e ideológico que resulta sumamente difícil de
derribar.
Varios autores del Nacionalismo describen al gobierno
actual como una quimera de múltiples cabezas que destruye y quema todo a su
paso. A este monstruo mitológico gubernamental, el lector puede asociar que cada
una de dichas cabezas simboliza las acciones derivadas de su ideología y creencias.
Sin embargo, es evidente que, al intentar establecer un proyecto anarco,
carente de un orden, por el fin último que posee tal doctrina filosófica,
política y social, será difícil que garantice una coherencia interna de ideas, provocando
que el pensamiento auténtico y profundo tienda a desvanecerse.
Además de esto, es necesario tener en cuenta los
estragos que provoca la globalización en las doctrinas racionales,
transformándolas en reductos cosmopolitas. Por lo tanto, Antonio Caponnetto
enfatizó que “no importa propiamente cuantas partes quepan o se redescubran
o se asocien o se agreguen y desagreguen. Lo americano será una globalidad, una
galaxia, una aldea cósmica”[1].
Dicho esto, en el presente contexto, es necesario
retomar lo que expresó Gilles Lipovetsky en “La era del vacío”: Heterogeneidad
y dispersión de los lenguajes, teorías flotantes, no es más que una
manifestación del hundimiento general fluido y plural que nos hace salir de la
edad disciplinaria y de esta manera socava la lógica del homo clausus
occidental. Solamente en esa amplia continuidad democrática e individualista se
dibuja la originalidad del momento posmoderno, es decir el predominio de lo
individual sobre lo universal, de lo psicológico sobre lo ideológico, de la
comunicación sobre la politización, de la diversidad sobre la homogeneidad, de
los permisivo sobre lo coercitivo (1986; 115).
Pues en el actual totum revolutum de conceptos,
fundamentos científicos y estándares de ideas, es inevitable que surja de forma
natural la confusión de nociones clásicas, tanto históricas como políticas.
Dios, patria y familia, una máxima antiliberal:
Es de público conocimiento que, en los discursos de
este grupo de anglófilos, algunos se jactan de ser profundamente conservadores,
proclamando desde sus inicios las enseñanzas de Jesucristo y veneran la
tradición como el fundamento esencial de una comunidad. Encima, hace unos meses,
el presidente anarco-liberal, durante un evento partidario en las plazas del
unitarismo porteño, exclamó con fervor: “Se dio lo que se tenía que dar:
Dios, patria y familia”.
En respuesta a tales habladurías, los medios de comunicación
del "marxismo cultural" emitieron críticas carentes de fundamentos teóricos y
conceptuales, argumentando que dicho enunciado es característico del fascismo,
lo que les permitió atribuirle falsas connotaciones que no guardan relación
alguna con el modelo socioeconómico que pretende implementar. Por este motivo, es
fundamental rever el origen del aforismo mencionado por el presidente, debido a
las numerosas deformaciones que ha sufrido y que son cruciales para el
desarrollo de la tierra criolla, evitando así caer en confusiones.
Dicho
lo cual, en el pasado existió un apotegma similar al mencionado, el cual podría
resultar de interés para el lector y contribuir a una mayor comprensión.
El
mismo fue formulado por el Carlismo español en el año 1833 tras la proclamación
de Carlos V como rey de España en abierto desafío al liberalismo
revolucionario. En base a la consigna “Dios, Patria y Rey”, lucho
por implantar el Reinado Social de Cristo a través de las instituciones
naturales de la población, usos y costumbres de las Españas, por medio de la
monarquía tradicional. De igual manera, sostenían que el Estado debía adherirse
a la Ley Natural y a los principios de la moral cristiana, considerando que la
tradición, las costumbres y la cultura constituyen los pilares esenciales de una
persona y la comunidad.
Tal
movimiento tradicionalista se planteó en contraposición a las ideologías
extranjeras que buscan fragmentar a la población en categorías de derecha e
izquierda. La noción de patria, según ellos, tiene su origen en el término
latino "patres", que se refiere a los bienes heredados de los
padres, incluyendo el hogar, el lugar de trabajo y los espacios donde
transcurre la vida familiar. Por lo tanto, si se desea obtener un análisis más
exhaustivo de este fenómeno, se recomienda consultar las obras de José Miguel
Gambra, "La sociedad tradicional y sus enemigos", y "¿Qué es el
carlismo?" escrito por Francisco Elías de Tejada.
Posteriormente,
en el año 1860, en Italia, Giuseppe Mazzini, conocido como el alma de Italia,
redactó "Los deberes del hombre", donde expresó: “Quiero hablaros,
como me dicta mi corazón, de las cosas más santas que conocemos, de Dios, de
la Humanidad, de la Patria, de la Familia”. Giuseppe, sostuvo que la
idea misma de Dios, tenía sentido dentro de una gran "religión de la
Humanidad".[2]
En su
accionar político, denunciaba con vehemencia el ateísmo y el racionalismo. Su
lema fue Dio e Popolo (Dios y el pueblo). Él consideraba el patriotismo como un
deber y el amor a la patria como una misión divina, afirmando que la patria era
"la casa donde Dios nos ha puesto, entre hermanos y hermanas unidos a
nosotros por los lazos familiares de una religión, una historia y una lengua
comunes".
Es
importante recalcar que, en su publicación de 1835, “La fe y el futuro",
Mazzini escribió: "Debemos resucitar como partido religioso. El
elemento religioso es universal e inmortal. Los iniciadores de un mundo nuevo,
nosotros están obligados a poner los cimientos de una unidad moral, un
catolicismo humanitario".
Debido
a ello, se trae aquí, una concisa revisión histórica con el propósito de
evidenciar que Giuseppe Mazzini es visto como el creador del lema que hoy en
día es empleado por numerosos anarco-liberales y defensores del capitalismo extranjerizante,
quienes a menudo ignoran su origen y significado.
Realizada esta importante explicación y sin más
vueltas, en Argentina tal divisa triádica “Dios, patria y familia” se
originó en el siglo XX, dentro de los sectores conservadores de la iglesia
católica, y posteriormente se expandió a diferentes grupos y organizaciones
nacionalistas, así también al ejército argentino.
El tiempo avanzo, facilitando la transmisión de una
generación a otra, o más precisamente, de un imaginario social a otro. Teniendo
el objetivo de conservar los valores culturales, la fe fundante de cada pueblo,
las costumbres y el sentir patriótico, ante cualquier revolución moderna del
mundialismo, ya que, según Jordán Bruno Genta: “Ni Dios, ni la Patria ni la
Familia son bienes que se eligen. Pertenecemos a ellos y debemos servirles con
fidelidad hasta la muerte”
Consecuentemente, si se continúa revisando un poco la
historia, se apreciará cómo el liberalismo quiso destruir estos aspectos socioculturales
que porta este lema con el fin de establecer su cosmovisión y modo de vivir. Dicho
lo cual, existe un libro llamado “El liberalismo europeo” de Harold J. Laski,
teórico y politólogo marxista, en donde detalla muy bien lo que aquí se
preconcibe.
El autor sostiene que el origen de este paradigma
siempre vio a la tradición como una fuerza que se encontraba a la defensiva,
por lo que la respuesta a eso debía ser una innovación individual: “Es esto,
invariablemente vio en ambas cosas, la tradición y la uniformidad, fue un
ataque al derecho de los individuos para hacer de sus propias afirmaciones y
sus propias concepciones una regla de aceptación universal, no por fuerza de
autoridad, sino porque su validez inherente les asegura el libre consentimiento
de otros” (1953; 15).
Por otro lado, antes del surgimiento de esta doctrina
civilizatoria occidental en el siglo XVl, la búsqueda de riqueza estaba
limitada por un conjunto de reglas morales impartidas por la autoridad
religiosa, pues la fortuna poseía un sentido comunal, en contraposición a la
individualidad. La persona que acumulaba bienes no los disfrutaba para su
propio beneficio, sino que actuaba en nombre de la colectividad, reflejando las
ideas de Santo Tomas de Aquino: “La persona se compara a la comunidad como
la parte al todo" (ll – ll, 61,1) y que "Todo hombre se ordena
como a fin, a toda la comunidad de la que es parte" (ll – ll, 65,1).
Ante esta organización de vida, el liberalismo la
consideró un impedimento vetusto que obstaculizaba el avance del nuevo progreso
socioeconómico: “Una concepción individualista desaloja a la concepción
social. La idea de la sanción utilitaria reemplaza gradualmente la idea de
la sanción divina para las reglas de conducta. Y el principio de la utilidad no
se determina ya con referencia al bien social, sino que su significado radica
ahora en el deseo de satisfacer una apetencia individual, dándose por
aceptado que, mientras mayores riquezas posee el individuo, mayor es su poder
para asegurarse esa satisfacción” (Harold J. Laski; 20).
Por lo
cual, aquellos linajes que deseaban conservar su orden innato, y especialmente
la iglesia con su enfoque escolástico, que desempeñaba un papel fundamental en
la estructura societal, se transformaron en enemigos del avance liberal. Fue así
que la concepción de un mundo tradicionalista ha sido sustituida por las fuerzas
modernas de la producción individualista, lo que resultó en una humanidad
marcada por un progreso indefinido y en oposición anti-tradicionalista: “Acepta
de buen grado el ataque contra la Iglesia, porque ello comporta un ataque
contra las viejas y estorbosas reglas, y abre incuestionablemente a la
explotación comercial importantes recursos que las propiedades eclesiásticas
hacina intocables” (Harold J. Laski; 25).
Es
fundamental comprender que, en la génesis de tal paradigma, su temperamento se
caracterizó (en la actualidad es igual) por su subjetividad y anarquía total,
ya que enfatizó la importancia del cambio impulsado por el individualismo,
creando una oposición entre la libertad del sujeto y el mandamiento moral y
social. En contraste con la fe, las
costumbres, el mercado común, los vínculos comunitarios, la familia y una cultura
establecida, prevaleció el proceso de acumulación, la iniciativa individualista,
una religión secular, la estratificación social y una libertad sin
restricciones.
Fue
así que, a medida que esta nueva ideología se impregnaba en la vida de las
personas, sucedió lo que detalla Julio Meinvielle en su libro “Concepción
Católica de la política”: La sociedad liberal (desatando al hombre de los
vínculos que lo protegían) lo esclavizó en lo religioso a las divinidades de la
Ciencia, del Progreso, de la Democracia; en lo intelectual, sometiéndolo a los
mitos del materialismo evolucionista; en lo moral, al sentimentalismo
romántico; en lo económico, al despotismo del dinero; en lo político, a la
oligarquía de los más bribones (2023; 95).
De
manera que, con el desarrollo del tiempo, estas ideas han sido influenciadas y
promovidas por diversas figuras históricas, que van desde Maquiavelo y Calvino,
hasta Lutero y Copérnico, así como Enrique II y Cromwell, y también Hobbes y
Jerieu. No obstante, es imposible dedicar todo el artículo a enumerar la
variedad de las acciones e ideas que llevaron a cabo tales personalidades
significativas.
El
enemigo principal de la patria es la modernidad anárquica:
Tras un
análisis conciso, respaldado por hechos históricos, revela que los conceptos de
Dios y familia son incompatibles con un proyecto anarco-liberal. Sin embargo,
es necesario profundizar en las razones que demuestran la ausencia de una
conexión conceptual con la noción patriótica en relación a tal esquema moderno
universal.
Ante
esto, es pertinente considerar la afirmación del Padre Petit de Murat, quien sostuvo
que "la patria se posee en la medida en que se la está haciendo",
ya que esta idea resalta que no es una construcción ideológica, sino que emana
de la realidad inherente del hombre. De manera similar, Jordán B. Genta, en su
obra "Guerra contrarrevolucionaria", definió que es "la
continuidad solidaria de las generaciones (…) la herencia común, el patrimonio
de bienes espirituales y materiales comunes" (1971; 255).
A
partir de estas definiciones, se logra aportar que es una entidad moral y
espiritual que un pueblo y un sujeto en particular adquieren al nacer en un territorio
autóctono específico, tanto espacial como temporal. Por este motivo, al poseer tales
virtudes erigidas por la herencia tradicional, proporciona una identidad única
que contrasta con las posturas ideológicas internacionalistas ajenas al suelo
natal. Antonio Caponnetto la describió de la siguiente manera: "La
comunidad del idioma, la religión, las costumbres y las tradiciones de sangre,
todo lo que conforma el alma y la esencia de un pueblo" (2020; 170).[3]
Siguiendo
esta línea de razonamiento, Juan Antonio Widow estableció una importante definición
de la patria, la cual será útil para una mejor comprensión de lo que se está
exponiendo: “Designa la heredad completa del hombre, en la cual se comprende
la tierra en que han vivido sus antepasados. Comprende el legado de cultura
y civilización dejado por los antepasados y que obliga a todo hombre que lo
recibe a responder de él ante Dios, ante la memoria de esos antepasados, ante
sus propios contemporáneos y ante sus descendientes. Este legado es, en el
sentido propio del término, la tradición que todo hombre recibe”[4].
Complementando
este argumento, si se lee la “Encíclica Sapientiae Christianae”, escrita por el
Papa León XIII expreso lo siguiente: “Por ley natural estamos obligados a
amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que
todo buen ciudadano esté pronto a arrostrar aun la misma muerte por su patria”.
El sumo pontífice expresó en ese momento una idea similar a la de Tomás de
Aquino, afirmando que la patria se define únicamente como “la sociedad, sus
hombres y gobernantes” o “la sociedad o conjunto de hombres con que
tenemos contraída la deuda en la que se funda la piedad”.[5]
Como
se ha expuesto previamente, el liberalismo, de manera análoga, intensificó el
desarraigo al promover la creación de un hombre nuevo, caracterizado por una
perspectiva de vida solipsista. Dicho individuo tiende a aislarse con el fin de
liberarse de los lazos sociales establecidos por un entorno que no ha
seleccionado, lo que resulta en una aversión hacia el sentimiento patriótico.
Este proceso de descomposición del origen común y cultural, conllevo a las
consecuencias señaladas por el autor Jerónimo Ramírez: “El ethos social como
esfera de desarrollo moral, conjunto de prácticas colaborativas, memorias
comunes e identidad con aquellos con quienes comparto suelo, idioma y religión,
desaparece y solo pueden surgir asociaciones privadas y limitadas que
retribuyan a los intereses egoístas de sus participantes”.[6]
Ergo, el
objetivo liberal ha sido anteponer al sujeto como el principio y el fin, dejando
de lado la razón social y moral colectiva. Este enfoque individualista ha
conducido a desestimar la necesidad de una clemencia colectiva y la
responsabilidad con la otredad, impregnando una dependencia con el placer material
inmediato en la naturaleza humana, logrando así desterrar la presencia
redentora de Cristo, como si no hubiera nada que lo precediera o le siguiera.
En
oposición al leiton ergon, surgió el ascetismo comunitario, donde cada
persona actuó según sus propios deseos terrenales, sin considerar el daño que
sus acciones pudieran ocasionar. Posteriormente, como se ha detallado, se
evidenció la transgresión de la ley divina, lesionando el bien general y
permitiendo que el pecado influyera en las ecúmenes, ya que, como afirmó Juan
Pablo II, "no existe pecado alguno, aún el estrictamente individual,
que afecte exclusivamente al que lo comete ".
Conclusión:
Con
estas pequeñas argumentaciones, puede quedar en claro que la patria de cada nación
está conformada por su acervo, la familia y Dios, pilares fundamentales para
vivir en concordia pero que el liberalismo quiso desterrar del orden natural de
las comunidades.
Además
de esto, es fundamental plantear una interrogante: Si el presidente Javier
Gerardo Milei se considera a sí mismo un anarquista liberal, una combinación
ideológica significativa, ¿cómo es posible que tanto sus seguidores, su equipo
de gobierno y él mismo adhieran a la máxima que esgrimieron en su acto
partidario?
Frente
a la incógnita expresada, es necesario saber que la doctrina anarquista
sostiene que “la patria es una mistificación. El mundo entero nos alberga:
no tenemos frontera ni pedacito de tierra a defender”. Esta idea famosa se
refleja en la célebre afirmación: “Nuestra patria es el mundo entero,
nuestra ley la libertad”[7]
Así
mismo, el presidente insultó abiertamente al pontífice Francisco, calificándolo
de ser "el representante del maligno en la Tierra". También
levantó la bandera del Estado de Israel frente al monumento de la bandera argentina
en Rosario, luego manifestó abiertamente su deseo de llevar a cabo una
conversión religiosa hacia el Olam Ha-Ba, profano la estatua religiosa de la
Virgen del Valle y rechazó la ordenanza de arresto a Netanyahu, emitida por la
Corte Penal Internacional.
Dicho
esto, uno de sus funcionarios manifestó lo siguiente: “Siento mucha tristeza
de padecer a representantes de la Iglesia que me hacen tan difícil ir a misa
los domingos. Es agotador escuchar mensajes colectivistas sobre la propiedad
común, el destino universal de los bienes y demás ideas trasnochadas que,
cuando se aplicaron, condujeron a hambrunas africanas”[8].
Consecuentemente, transmitió a través de un teclado su felicidad con la
decisión de suspender el financiamiento estatal a la iglesia católica y animó a
la población a dejar de apoyarla y asistir a misa, entre otras habladurías carentes
de coherencia en términos históricos, teológicos y teóricos.
Ante
esta situación y por las interpretaciones erróneas del lema "Dios,
patria y familia", se evidencia que se trata de una mera tergiversación
ideológica y conceptual que despoja a las doctrinas clásicas de su contenido
esencial. Con respecto a la deformación de saberes, es virtuoso recoger lo que
dijo José Antonio Primo de Rivera y así no caer en confusiones: “No veamos
en la patria el arroyo y el césped, la canción y la gaita; veamos un destino,
una empresa. La Patria es aquello que, en el mundo, configuró una empresa
colectiva. Sin empresa no hay Patria; sin la presencia de la fe en un destino
común”[9]
Es
evidente que su divinidad no coincide con la de su población; Milei y su sequito
gubernamental adoran a un dios pagano, mundano y lujurioso, que es el
dinero. Su patriotismo se origina en la Jabad-Lubavitch, mientras que su
cuna y familia están arraigados en Wall Street.
En
conclusión, al inicio del texto se ha caracterizado al gobierno argentino de la
misma manera que a un golem o quimera, pero también se le puede describir como
un gran marrano, por su tamaño, olor y otros atributos que el lector tiene
permitido imaginar y asignar a su conveniencia. Asimismo, con la proximidad de
la celebración de Nochebuena, es tradición que las estirpes en tierras criollas
consuman carne de marrano, y en este contexto nacional, el gran cerdo se
encuentra en un estado de sobreabundancia, es ruidoso y ha causado numerosos
estragos en la casa común, lo que indica que es momento de sacrificarlo,
cocinarlo y disfrutarlo de manera placentera.
Sin embargo, el futuro de esta cuestión dependerá del pueblo, por lo que es fundamental recordar que Argentina nació de la Cruz y de la Espada portadas sinfónicamente por el Conquistador y el Misionero, según sostuvo Vicente Sierra. Indudablemente, la tierra argenta no se trata de un producto ideológico que combina un anarquismo, la escuela austriaca, el pecado, los emblemas de la Revolución Francesa y nociones distorsionadas por un globalismo descontrolado.
Citas:
[1] Caponnetto Antonio Respuestas sobre la independencia. Bella Vista, edición 2020, p. 156.
[2] Dio, (umanità,) Patria e familia, 23-09-22.
[3] Caponnetto Antonio, Respuestas sobre la independencia. Bella Vista, edición 2020, p. 170.
[4] Widow Antonio Juan, El hombre, animal político, Buenos Aires, Nueva Hispanidad, 2001, pp. 95.96.
[5] Caponnetto Antonio, Patria, Tradición y Nacionalismo, Bella Vista, 2024, p.164.
[6] Ramírez Jerónimo, ¿Por qué ha fracasado el liberalismo?, Madrid – Rialp, 2018, p. 115.
[7] Marín Dolores, “Nuestra patria es el mundo entero”: antimilitarismo anarquista. Edición Generalitat de Catalunya.
[8] El enojo de Benegas Lynch contra la Iglesia: habló de “infiltraciones comunistas” y pidió a los católicos no ir a misa, La Nación, 13-10-24.
[9] José Antonio Primo de Rivera: “Patria: La gaita y la lira”, Obras completas. Edición del Centenario. Plataforma 2003-2007.
Bibliografía:
Aquino
Tomas Santo, Suma Teológica, (1225-1274).
Caponnetto
Antonio, Respuestas sobre la independencia. Bella Vista Edición., 2020.
Caponnetto
Antonio, Patria, Tradición y Nacionalismo. Bella Vista Ediciones, 2024.
Gambra
José Miguel, La sociedad tradicional y sus enemigos. Edición Guillermo Escolar,
2019
Genta,
Jordán Bruno, Guerra Contrarrevolucionaria, Buenos Aires. Editorial Cultura
Argentina, 1971.
José
Antonio Primo de Rivera: “Patria: La gaita y la lira”, Obras completas. Edición
del Centenario. Plataforma 2003-2007
Lipovetsky
Gilles, La era del vacío. Editorial Anagrama S.A., 1986.
Laski. J. Harold, El liberalismo europeo. Edición
Fondo de cultura económica, México-Buenos Aires, 1953.
Meinvielle Julio, Concepción Católica de la política.
Ediciones Del Alcázar. La Plata 1721 - Bella Vista – Buenos Aires - Argentina,
2023.
Tejada de Elías Francisco, Que es el Carlismo. Edición
Centro de estudios históricos y políticos. Madrid – 1971
Widow Antonio Juan, El hombre, animal político, Buenos
Aires. Edición Nueva Hispanidad, 2001.
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