Chalecos amarillos: lo que debe aprender el pueblo argentino.


El movimiento de los chalecos amarillos (en francésMouvement des gilets jaunes), es un movimiento que surge de la difusión en las redes sociales, como un llamado a todos los ciudadanos a manifestarse en contra de determinadas medidas del gobierno. Sin una estructura definida, es un movimiento de protesta que nace en Francia en octubre de 2018, extendiéndose a otros países de Europa y Canadá. Su nombre hace referencia a las prendas fosforescentes que debe utilizar todo automovilista en Francia en caso de incidente en una carretera para tener mayor visibilidad. El movimiento se organiza en torno a los bloqueos de rutas y calles.


Dicho movimiento nació al margen de los espacios tradicionales de reclamo, como los  sindicatos y los partidos políticos. Formado por una  espontaneidad revolucionaria, transversal y sin una cúpula definida, sus reclamos se centraron inicialmente en el rechazo del aumento del impuesto al combustible. Rápidamente, comenzó a ampliarse a otras demandas como el aumento del poder adquisitivo de las clases medias y los sectores más postergados de la sociedad, junto con la renuncia del presidente Emmanuel Macron. Las protestas llegaron a París, donde las movilizaciones generaron importantes daños, varios arrestos e incluso muertos.
En los últimos años se han producido una serie de movilizaciones masivas en todo el mundo que expresan formas contemporáneas de la política donde las tecnologías digitales tienen un papel importante en la difusión y organización, en búsqueda de novedosas formas de resistir y promover un proyecto de sociedad alternativo. Dicho fenómeno tiene lugar debido al creciente descontento que los partidos políticos, las organizaciones tradicionales, la democracia representativa y el orden económico existente han generado en la mayor parte de la sociedad.
El movimiento de los chalecos amarillos emerge en un momento particular en el que la desaprobación al aumento de los impuestos es muy alta, debido al sentimiento constante de que los gobernantes imponen medidas que benefician siempre a los poderosos y a los grupos económicos, en desmedro de la sociedad en su conjunto. En algunas movilizaciones, el número de participantes ha llegado a 300.000 personas a lo largo de todo el país. Macron sostiene que ninguna causa justifica que las autoridades sean atacadas, las empresas saqueadas o el Arco del triunfo pintado. Se genera al mismo tiempo la ocupación de los espacios públicos en una suerte de “territorialización” de la política. Las calles aparecen  en el centro de la lucha de clases y en la puja por la redistribución del capital y el ingreso, entendiendo que las ciudades son centros de acumulación capitalista y de la lucha de clases. Las plazas centrales aparecen así, como símbolos de la ciudad postindustrial, convirtiéndose en escenarios de imposición del orden hegemónico. Un orden que tiene como la cara visible a los gobernantes, y que defiende los intereses de sectores económicos que van en contra de las necesidades de los ciudadanos. Debido a esto, las plazas y los lugares públicos son el centro de las movilizaciones. 


En la Argentina, con un contexto de incertidumbre y deterioro de nuestra calidad de vida, la necesidad de reclamo se hace cada vez más fuerte. Con una secuencia de ajustes en los servicios públicos desde diciembre de 2015 hasta ahora de 1.317% para electricidad, 660% para el gas y 483% para el agua, en el caso de los usuarios porteños y del conurbano. Junto con una caída del salario real preocupante, la cual es la más fuerte desde 2002, dejan en evidencia las intenciones del gobierno de Macri. Los efectos de las políticas llevadas a cabo por el gobierno han generado un aumento de la concentración de la riqueza, transfiriendo enormes cantidades de dinero a las manos de los más poderosos.
Con amplios sectores de la sociedad que no llegan a fin de mes, jubilados que se encuentran debajo de la línea de la pobreza, y pequeñas y medianas empresas en quiebra, comienza a expandirse un generalizado descontento en la ciudadanía argentina. La sensación de que los funcionarios públicos “gobiernan para los ricos” es cada vez más aceptada por la sociedad entera. Las cifras de pobreza, de mortalidad infantil y empeoramiento de la distribución de la riqueza son la evidencia empírica de dicha sensación. Muchos años de deterioro de la calidad de vida desde la última dictadura militar hasta la actualidad, demuestran que los gobiernos democráticos no han logrado revertir los niveles de pobreza y desocupación que comenzaron a evidenciarse fuertemente a principios de la década de los ´80.

Hoy, la clase trabajadora y los sectores más postergados y vulnerables de la sociedad ven cómo el encarecimiento de los servicios públicos y de la canasta básica familiar no les permite mantener una calidad de vida digna. Desde el gobierno se promueve la idea de que es una “fantasía” que la clase trabajadora y media pueda viajar al exterior o “tener aire acondicionado y auto”, como diría la vicepresidente Michetti en una de sus alocuciones. Las cifras de depresión y ansiedad aumentan en los momentos de crisis económica y los jóvenes vuelven a ver como una buena opción irse al exterior para lograr conseguir un mejor futuro.


Podemos ver cómo en países como Alemania, al notar un aumento en el precio del combustible o en algún alimento de la canasta básica, la ciudadanía simplemente deja de consumir determinado bien, y espera a que su precio baje, para volver a comprarlo. De esta manera la sociedad genera una suerte de “aleccionamiento” sobre el mercado y sobre los principales conglomerados económicos. El pueblo no permite que los grandes empresarios y los gobernantes deterioren su poder adquisitivo. Al contrario, en Argentina, seguimos consumiendo los productos y permitimos que aumenten su precio sin llevar a cabo accionar de solidaridad colectiva que permitan aleccionar al mercado y a los gobernantes.

Es necesario que la ciudadanía sea capaz de movilizarse para defender sus derechos y su calidad de vida. Vemos como las elites económicas cooptan las voluntades de los gobiernos y los procesos de toma de decisión de las políticas públicas, utilizando a los Estados como instrumentos para mejorar sus ganancias a costa de la sociedad. La excesiva toma de deuda por parte del gobierno de Macri, junto con la devaluación y el aumento de los servicios, generan una trasferencia de dinero desde los sectores populares hacia los más ricos, llevando a cabo un sistema de robo a la ciudadanía que comenzamos a sufrir fuertemente.
Por lo tanto, y teniendo en cuenta las experiencias de otros países al momento de reclamar por sus derechos, como el caso de Francia particularmente, podemos ver cómo las movilizaciones de la sociedad y las constantes presiones que se pueden ejercer sobre los gobiernos, son capaces de hacer que se reviertan las medidas que afectan nuestra calidad de vida. A lo largo de todo el mundo observamos que enormes manifestaciones espontáneas se llevan a cabo, condicionando a los gobiernos y no permitiendo que los conglomerados económicos continúen saqueando a los sectores medios y bajos. La movilización y los reclamos por diferentes vías, son actualmente, el camino que las masas encuentran para exigir que sus demandas sean escuchadas y cumplidas. La eficiencia que las movilizaciones han tenido en Francia, que no solo lograron revertir las medidas, sino casi llevar a la destitución de Macron, nos hacen dar cuenta del potencial que el pueblo argentino tiene, por su historia de movilización y reclamo, de exigir al actual gobierno y al próximo, que será elegido este mismo año, de hacer cumplir las demandas de la sociedad, y no la de los lobbies políticos y económicos que amenazan al bienestar de toda la ciudadanía.

El pueblo argentino tiene como desafío el mejoramiento de nuestra democracia, para que la misma sea el instrumento por el cual el pueblo se abre camino hacia una mejor calidad de vida y un desarrollo sustentable, y no como un conjunto de instituciones que son utilizadas por los poderes económicos para mantener sus intereses y distraer a la sociedad. La evidencia nos muestra que la movilización y el reclamo por parte de la sociedad tiene el potencial para hacer que los gobiernos no sean capaces de llevar a cabo políticas que perjudiquen el bienestar de las mayorías.

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