Nada es como te lo narraron
El 25
de Mayo de 1810, en la historia argentina, siempre representó un hito
fundamental, cargado de un simbolismo profundo que entrelaza elementos
políticos y culturales, así como hazañas extraordinarias, siempre en conexión
con seres fantásticos. Esta fecha se erige como un punto de referencia que
parece casi sacado de una fantasía, reflejando la cosmogonía del pueblo
argentino.
Al examinar tal tiempo, parece evocar elementos
propios de un mito, ya que, en esencia, de eso se trata. Héroes
con capa, espada y a caballo que se unieron al lado de un pueblo que sufría en
condiciones deplorables, donde estos eruditos llevaron a cabo una esperada Revolución
popular con el objetivo de vencer al malvado, representado en este caso por el
Imperio Español. Con su valentía, se proponía establecer la concordia entre las
comunidades que compartían el mismo territorio, con el objetivo de que todos
pudieran vivir de manera organizada, bajo nuevas normas morales y un paradigma
adaptado al nuevo mundo.
Sin
embargo, lo que ocurrió fue todo lo contrario. Esa fecha se convirtió en un
hito que, hasta el día de hoy, ha perpetuado la dañina subordinación
ideológico-cultural y política, correctamente definida por Marcelo Gullo:
Para imponer su voluntad, la estructura hegemónica del poder mundial y los Estados mas poderosos que la integran han tendido, en primera instancia, a partir de la Revolución Industrial, a tratar de imponer su dominación ideológico-cultural, El ejercito de la dominación, de no encontrar una adecuada resistencia por parte del Estado receptor, provoca la subordinación ideológico-cultural que da como resultado que el Estado subordinado sura una especia de síndrome de inmunodeficiencia ideológica, debido al cual el Estado receptor pierda hasta la voluntad de defensa. Podemos afirmar, siguiendo el pensamiento de Hans Mongenthau, que el objetivo ideal o teológico de la dominación ideológico-cultural -en términos de este autor, “imperialismo cultural”- consiste en la conquista de las mentalidades de todos los ciudadanos que hacen la política del Estado en particular, y la cultura de los ciudadanos en general, el cual se quiere subordinar.[1]
El
principio del fin:
Dicho
esto, todo comenzó la noche del 22 de Mayo, en un gran encuentro en el Cabildo,
con el fin de discutir el nuevo rumbo, ya que Fernando VII se encontraba en
prisión, como también el rol de Cisneros (último virrey del Río de la Plata) en
aquella crisis.
En esa
noche, los Patricios se encargaron de vigilar los accesos a la plaza mayor y al
Cabildo. Es relevante mencionar que se habían distribuido 450 invitaciones en
una ciudad de 40,000 habitantes, pero solo 251 de los invitados asistieron.[2] Así, un Cabildo abierto se
transformó en un encuentro cerrado y exclusivo para un grupo selecto e
ilustrado de la comunidad. Ante esto, cabe preguntarse si este proceso
revolucionario realmente reflejaba un clamor popular, dado que las clases bajas,
según lo que se dice oficialmente, exigían a gritos un nuevo orden.
Al
concluir la votación, que se llevó a cabo de manera verbal, se trataba de una
propuesta de acción en lugar de la elección de un nombre. Cada voto se
registraba por escrito, consignando el nombre y apellido de la persona que lo
emitía, quedando así documentado en las actas del cabildo. Los pocos asistentes
argumentaron que el virrey Cisneros debía ser destituido y que el Cabildo
limitado debía designar una nueva Junta de Gobierno.
La
esencia de este acontecimiento radica en la identificación de sus
participantes. Por un lado, estaba el partido de la Revolución, que abogaba por
la separación del Imperio Español. Por otro, se encontraba el partido del Cabildo, que
defendía la continuidad como parte de un gran reino Hispano Católico.
Para
entender un poco mejor, el rol de la Primera Junta, lo explica el liberal Estanislao
del Campo Wilson, en donde sostiene que “no era un mal intrínseco, y la
emancipación de España no era inconciliable con su subsistencia(...). La Junta
estaba dispuesta a recibir ordenes directas del rey y acatarlas. Lo que si
sería rechazado era un gobierno del rey que no funcionara en Buenos Aires”.
Es decir, una “patria emancipada pero monárquica” era posible.[3]
Fue así
que, al día siguiente, el 23 de Mayo, el Cabildo debió nombrar una nueva Junta.
La misma tendrá cinco miembros: Baltasar de Hidalgo de Cisneros como presidente
(ex virrey), cuatro vocales, dos fueron peninsulares, llamados Inchaurregui y
Sola. Los otros dos vocales pertenecían al grupo rebelde y son Saavedra y
Castelli.
Narciso
Binayan ofreció una visión alternativa al señalar que el verdadero problema en
América eran los funcionarios ineficaces, y no la figura del Rey. Argumento que
desde el principio era factible imaginar la autonomía sin renunciar al sistema
monárquico.[4]
Bartolomé Mitre, una figura clave en la historia del pueblo argentino, también documentó
anticipadamente esta postura al narrar que, al llegar a Buenos Aires un
comisionado de Napoleón en busca de lealtad, tanto españoles como americanos se
unieron para rechazar lo que consideraban una propuesta inapropiada. Como
consecuencia, renovaron su juramento de vasallaje a Fernando VII el 21 de
agosto de 1808.[5]
Pero a
pesar de la supuesta "gran unidad política", el 24 de Mayo, el señor
Saavedra y Castelli, tras varias idas y vueltas en pocas horas, deciden
renunciar. Esta decisión provocó una disfunción en la Junta, lo que obliga a
sus miembros a convocar un nuevo Cabildo Abierto para repetir el procedimiento,
es decir, volver a sesionar al día siguiente.
Entonces
la historia argentina se repitió una vez más, un fenómeno recurrente en su
narrativa. Los integrantes del partido del Cabildo buscaban restablecer una
nueva Junta sin renunciar a la estructura monárquica, pero los grupos rebeldes
hicieron sentir su presencia, amenazando con movilizar milicias en las calles.
Además, congregaron un pequeño grupo frente al edificio del Cabildo, que hasta
hoy se considera un símbolo de la voz del pueblo agitador.
Fue
así que el 25 de Mayo, el sol comenzó a asomarse lentamente, pero su llegada no
significó la instauración de la paz. Por el contrario, trajo consigo un clima
de conflicto, tensión y mucha sangre.
La
presión ejercida por el partido de la insurrección, aunque con un número
limitado de seguidores, junto con el control que mantenían sobre las milicias,
resultó en un impacto significativo. Este segundo grupo influyó de manera
decisiva en los miembros del Cabildo, buscando que la nueva estructura de
gobierno se conformara de acuerdo con los intereses y la ideología de la facción
revolucionaria.
Fue
entonces que la Junta estuvo presidida por el señor Cornelio Saavedra,
comandante de la milicia de Patricios. Junto a él se encontraron Juan José
Castelli y Manuel Belgrano, así como Miguel de Azcuénaga, quien desempeñó el
papel de hacendado y oficial de milicias. También formaron el sacerdote Manuel
Alberti, los comerciantes peninsulares Larrea y Matheu, y finalmente, los
secretarios Juan José Paso y Mariano Moreno.
La
esencia de la Revolución, ser sangrienta e ineficaz:
Consecuentemente,
el Virrey fue sustituido no por otra figura monárquica, sino por un gobierno
local, lo que marcó el inicio de un nuevo proceso en el sur del continente
americano. A medida que se implementaban estos nuevos proyectos, el vasto
imperio español comenzaba a quedar atrás. Y como dijo el historiador Eduardo
Sacheri:
El
grupo revolucionario no es sólido. No tiene una dirección calara, ni un
programa establecido, ni una intención definida. Y algo más: esta revolución
acaecida el 25 de Mayo esta aquejada de una profunda, evidente y peligrosa
soledad. Una soledad que es social, y además geográfica.[6]
La
cita sugiere que el movimiento de la insurrección fue liderado por una élite
organizada en Buenos Aires, mientras que los sectores populares solo
participaron de manera limitada, algunos enmarcados en una estructura militar. Pero,
para el resto de la población, esta élite representaba una amenaza, ya que su
enfoque para administrar el territorio, en aspectos socioeconómicos, culturales
y políticos, era desconocido para todos, salvo para ellos mismos.
A
pesar de ello, la nueva Junta de Buenos Aires decidió que las principales
ciudades del virreinato debían elegir diputados para integrarse a la nueva
estructura de gobierno recién formada. Se podría pensar que esta invitación fue
realizada de manera pacífica, pero esa suposición es errónea. La tarea de
entregar las invitaciones fue encomendada a un ejército de quinientos hombres.
El responsable de firmar este decreto fue Saavedra, quien denominó a esta fuerza
militar como "Ejército Auxiliar".
El
término "auxiliar" resultó inapropiado, ya que el nuevo gobierno
impuso su invitación mediante el uso de la fuerza militar, asegurándose de que
las ciudades se sometieran de manera obligatoria y aceptaran la autoridad de la
nueva Junta. Los únicos dos territorios que juraron fidelidad fueron la región
del litoral, como Santa Fe y Corrientes, pero el centro de lo que hoy sería la
Argentina demostró una gran resistencia.
Durante
el conflicto bélico, se produjo una negativa en acatar las órdenes de la nueva
gestión de Buenos Aires. La situación se complicó con la presencia del
intendente Gutiérrez de la Concha, el coronel Allende, quien lideraba las
milicias, el obispo Rodrigo de Orellana y Santiago de Liniers, todos ellos
alineados en oposición al avance del nuevo proyecto territorial.
A
pesar de sus esfuerzos, los líderes fueron capturados y ejecutados en Buenos
Aires por orden de la Junta porteña, siendo el obispo Orellana el único que
logró escapar, gracias a su condición de sacerdote. Estos eventos históricos
reflejan las dos corrientes políticas y sus respectivas cosmovisiones que
coexistían en ese momento. Antonio Caponnetto ofrece una explicación clara
sobre esta dualidad:
Pero
recién entonces a partir de este desdichado fenómeno peninsular, y en
consonancia con el mismo, empieza a irrumpir en América toda otra generación
que analiza y considera como solucionar al artificial dilema la emancipación,
el independentismo y la creación de territorios autónomos de matriz casi
exclusivamente americana. Fue un proceso paralelo pero convergente. Se postulo
la ruptura con el pasado descubridor, civilizador y misionero; la europeización
como remedio a la evangelización; y el ingreso orgulloso a la Modernidad como
garantía de la civilización, dejando de lado las tradiciones. Era por supuesto,
el programa del descastamiento de la felonía, de la ruina y de cuantos males se
quieran agregar. Pero no se desconozca que tales males, con sus respectivos
voceros y agitadores, tuvieron primero la cuna al suelo español.[7]
Es
necesario saber que las cinco intendencias restantes, que incluían las cuatro
altoperuanas de La Paz, Charcas, Cochabamba y Potosí, junto con la Asunción del
Paraguay y las cuatro gobernaciones de Moxos y Chiquitos, así como Misiones y
Montevideo, lograban mantener la paz y el orden en sus territorios, siempre que
no fueran perturbadas por el proceso de cambio. Por otro lado, los pueblos
indígenas dispersos en la región, como los chaqueños, pampeanos y patagónicos,
fueron derrotados e integrados al nuevo sistema impuesto por Buenos Aires.
Nuevamente,
Marcelo Gullo presentó un argumento adicional sobre la violenta sublevación que
se llevó a cabo:
Si se quiere comprender lo ocurrido, no se puede pasar por que, de Lima, de Arequipa, de Cuzco y de otras ciudades peruanas salieron las tropas, compuestas fundamentalmente por indios y encuadradas por oficiales criollos, que el 20 de junio de 1811 derrotaron en Huaqui, en las orillas del lago Titicaca (en la actual Bolivia), al ejercito criollo, que, enviado desde Buenos Aires, no contaba en sus filas con un solo indio. Mientras el ejercito de Buenos Aires estaba bajo el mando político del abogado Juan José Castelli, hijo del medico italiano Ángel Castelli Salomón, en el ejercito realista tena un papel preponderante el caique de Chincheros, el brigadier de los Reales Ejércitos don Mateo García Pumacahua miembro de la nobleza inca, quien, como ya afirmamos, en 1780 contribuyo a la derrota del cacique de Tinta José Gabriel Condorcanqui, mas conocido como Tupac Amaru.[8]
Desintegración
y balcanización:
La
resistencia al nuevo orden de la época se manifestó en diversos casos, entre
ellos el de Agustín Gamarra. En 1809, se unió al ejército realista bajo el
mando del general José Manuel Goyeneche y posteriormente del general Pío
Tristán, participando en las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813), donde
se enfrentó al general argentino Manuel Belgrano. En 1815, formó parte de la
Junta de Purificación, encargada de juzgar a quienes se negaban a unirse a la Revolución.
Sin embargo, al reconocer a amigos entre los acusados, adoptó una postura
benevolente que le llevó a ser excluido del tribunal. En 1817, fue ascendido a
coronel del ejército español y mantuvo su lealtad a la Corona hasta el 24 de
enero de 1821, cuando se unió al ejército de San Martín.
Se
puede evidenciar que la situación se caracterizó por una sublevación violenta
que había dejado un territorio fragmentado, donde imperaba el conflicto entre
todos. La unión entre hermanos de sangre, que compartían el mismo territorio,
valores, principios y religión, comenzaba a desmoronarse. El levantamiento, en
su desenlace, dio origen a un nuevo fenómeno: la guerra, que se convirtió en la
protagonista de los años venideros.
Tal
conflicto dio origen al conocido problema de las dos Españas, que divide
la interpretación tradicional de la historia hispánica de la interpretación no
tradicional o liberal. Con el tiempo, se fue forjando una narrativa oficial que
promovía una nación con fundamentos liberales e ideológicos. Esta situación generó
una marcada dicotomía entre el pensamiento ilustrado y el pensamiento
tradicional, siendo el primero el que impulsa una ideología democrática y
liberal, donde se aboga por un gobierno republicano, pacifista, independentista,
etc.
El mismo San Martín, en una carta dirigida al Virrey Joaquín de la Pezuela en 1818, reafirmó su visión del Estado americano, destacando que la guerra, a la que se detalló recientemente como un "azote desolador", había llegado a su fin. En tal contexto, propuso la autonomía gubernamental para los territorios, aunque el nuevo sistema de gobierno debería ser similar al de España.[9]
Conclusiones:
Generaciones
y generaciones se educaron sobre la relevancia crucial de esta fecha. Mediante
un enfoque meticuloso y casi arquitectónico, se forjó en la comunidad criolla
el mito del 25 de Mayo de 1810. Según el relato histórico actual, el proceso de
Mayo dio lugar a una identidad que, antes de la asonada, no existía, dado que
no había un territorio unificado ni un destino común. Sin embargo, esta
afirmación es falsa, ya que antes del estallido de la sedición, el reino que
estaba establecido funcionaba como un único cuerpo social.
Tal
cuerpo social se concebía como una unión armónica entre las repúblicas
indígenas y las intendencias, con su centro de poder en Madrid, donde residía
el rey. Para profundizar en este tema, se sugiere la lectura del artículo “12 de
octubre: en defensa de la identidad nacional”, disponible en este mismo medio.
En él, se exploran las notables obras que España dejó en nuestro territorio,
las cuales contribuyeron a la tan anhelada unidad que hoy se busca en Argentina.
Es
evidente que no se puede negar que la Corona Española Borbónica cometió
numerosos errores que propiciaron el surgimiento de movimientos
independentistas en el territorio hispanoamericano. Sin embargo, también
existieron grupos que abogaron por una Patria emancipadora, pero que deseaban
mantener una estructura monárquica.
Fue
entonces que este proceso revolucionario, influenciado por las ideas
bonapartistas y las corrientes republicanas francesas, fue fundamental para
forjar la Patria Oficial que hoy en día sostiene la estructura cultural,
política y socioeconómica de nuestra nación. La Patria a la que estamos sujetos
presenta un marco ideológico que distorsiona y oculta los hechos reales de
nuestra historia, negando así la existencia de la Patria Real.
La
Patria Real, según algunas definiciones de Julio Meinvielle, puede entenderse
como aquella que persiste y anhela vivir. Se manifiesta a través de sus
tradiciones, su originalidad y la resistencia de su espíritu.[10] Esta noción abarca su
cultura, su historia, su manera de ser y actuar, así como su identidad
nacional; en conjunto, esto constituye la esencia de la Patria Real.
Por
ende, si Argentina continúa aceptando vivir bajo la distorsión histórica,
cultural, política e ideológica que impone la historia oficial, se enfrenta a
un desenlace predecible. Esta sumisión permite que la historia del país sea
manipulada y reinterpretada según intereses particulares e ideológicos, sin
considerar los daños que esto puede causar. La verdadera historia de la Patria
Real queda oculta, lo que impide un entendimiento genuino de su pasado y sus
implicaciones en el presente.
Bibliografía:
-
Binayan Narciso, Ideario de Mayo. Edición Kapelusz Buenos Aires, 1960.
-
Caponnetto Antonio, Respuestas sobre la independencia. Ediciones Bella Vista
Ediciones Buenos Aires, 2020.
-
Enrique Diaz Araujo, San Martin, Cuestiones disputadas, Ediciones La
Plata-Mendoza, 2014.
- Omodeo
Gullo Marcelo, Madre Patria Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el
separatismo. Catalán, Ed. Espasa, 2021.
-
Omodeo Gullo Marcelo, Historia oculta La lucha del pueblo argentino por su
independencia del imperio inglés. Editorial Biblos, 2013.
- Mitre
Bartolomé, Comprobaciones históricas. Edición La Facultad Buenos Aires, 1916.
- Meinvielle
Julio, Concepción Católica de la política. Ediciones Del Alcázar - Bella Vista
– Buenos Aires - Argentina, 2023.
- Sacheri
Eduardo, Los días de la Revolución Una historia de Argentina cuando no era
Argentina. Ed. Alfaguara, 2022.
-
Wilson Campo del Estanislao, Emancipación e Independencia. Editorial Astrea, 1972.
[1] Gullo Marcelo, Historia oculta,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Biblos, 2013, pp. 28-29.
[2] Sacheri Eduardo, Los días de la
revolución (1806-1820), Buenos Aires, Penguin Random House Grupo, 2022,
p.163.
[3] Estanislao del Campo Wilson, Emancipación
e Independencia de la Argentina, Buenos Aires, Astrea, 1972, pp. 67, 70,
71, 72, 73 y 86.
[4] Cfr.
Narciso Binayan, Ideario de Mayo, Buenos Aires, Kapelusz, 1960.
[5] Mitre
Bartolomé, Comprobaciones históricas, Buenos Aires, La Facultad, ,1916
[6] Sacheri
Eduardo, Los días de la revolución (1806-1820), Buenos Aires, Penguin
Random House Grupo, 2022, p.175.
[7] Caponnetto Antonio, Respuestas sobre
la independencia, Buenos Aires, Bella Vista Ediciones, 2020. p, 158.
[8] Gullo Marcelo, Madre Patria,
España, Espasa, 2021. p, 222
[9] Enrique Diaz Araujo, San Martin,
Cuestiones disputadas, La Plata-Mendoza, Ucalp-San Francisco Javier, 2014,
vol. L., pp. 41-42
[10] En
la página 114 de Concepción Católica de la Política, obra de Julio
Meinvielle, se ofrece una definición que examina la antigua democracia
helvética de Suiza. En este marco, el autor incorpora un fragmento del filósofo
suizo Gonzague de Reynold, tomado de su libro La Democratie et la Suisse,
que aporta una perspectiva valiosa sobre este sistema político. A través de dicho
fragmento, se pueden identificar y analizar conceptos que se presentan para
pensar y analizar lo que es la Patria Real.
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