Liberalismo y fascismo: ¿dos caras de una misma moneda?

El liberalismo y el fascismo, aunque tienen importantes contradicciones teóricas, han estado muy emparentados, mucho más de lo que parece. Por empezar debemos comprender que el fascismo es una respuesta al fracaso liberal de finales del siglo XIX y principios del XX. Las democracias liberales surgidas de las revoluciones burguesas no cumplieron las nuevas expectativas sociales, económicas o políticas de la era industrial y capitalista. Sembró las semillas de las nuevas revoluciones, de carácter socialista y se puso en riesgo el orden dominante de corte capitalista. Es por esta razón que el liberalismo ha tenido que mutar y tomar nuevas formas para sobrevivir y perpetuarse hasta la actualidad.


Abordando estas dos corrientes, debemos analizarlas teórica e históricamente. En primer lugar, la burguesía como clase revolucionaria luego de romper con el Antiguo Régimen monárquico y absolutista, vio la necesidad de fortalecer por medio de los procesos constitucionalistas, el Estado que los monarcas habían construido. La Constitución Política liberal recoge las normas represivas y de coerción básicas del Absolutismo bajo un espectro de igualdad, fraternidad y libertad, aplicable solo a la clase burguesa que se había posicionado victoriosa como clase dominante. Las relaciones de dominación históricas se mantienen intactas solo cambia el marco normativo de carácter liberal con el fin de regular y proteger la propiedad privada como base de la nueva sumisión.

En segundo lugar, el desarrollo industrial y capitalista fortaleció a la nueva clase dominante burguesa por medio del sometimiento de las personas libres de la servidumbre absolutista. El trabajo asalariado se convirtió en la nueva forma de esclavitud, hasta más agresiva que las anteriores, y se conformó así el proletariado como clase oprimida. El obrero asalariado adquirió su libertad para escoger a quien lo explote menos, ya no está sometido a un amo o señor feudal, sino que puede elegir a su patrón empresario explotador. Vaya contradicción, ya que el liberalismo impide, incluso, la elección del trabajo. La necesidad y el hambre hacen que la persona no pueda decidir, se condena a sí misma a la primera fuente de ingresos que pueda acceder.

En tercer lugar, el liberalismo profesa los famosos derechos y libertades individuales. Libertad de culto, libertad de prensa, etc. Estos surgen como respuesta a la exclusión que vivían los burgueses en el Régimen absolutista. Pero hay un problema, estas libertades individuales tocan un límite cuando prevalece la propiedad privada por encima de las otras que dicen preservar. Lo único que defiende el liberalismo, al igual que el fascismo, es el interés del gran capital, su misión política es salvaguardar la propiedad y los intereses de la burguesía capitalista. Para ello existe la ley, las instituciones liberales, la represión violenta y la cárcel. En resumen, el liberalismo es una ideología de clase burguesa que solo aplica para sí mismos. Los famosos ideales de libertad e igualdad no incluyen a todos, sino solo a una clase dominante.

Gramsci decía que cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer se forman lugares de oscuridad, de donde surgen los monstruos. Ese monstruo es el fascismo. Cuando el capitalismo liberal se vio amenazada por la inminente revolución socialista, en medio de una gran crisis surgió el fascismo para salvaguardar el orden establecido. Los liberales y sus ramas más extremistas han intentado instalar la idea de que el fascismo es socialista o anticapitalista, nada más irreal que eso. El fascismo es totalmente anticomunista, antisocialista y antianarquista. Aunque Hitler fundara un partido bajo el nombre de “Nacional Socialismo”, lo cierto es que no coincide en nada con los postulados de lo que llamamos “izquierda” (Comunismo, Anarquismo, socialismo entre otros). La defensa de la propiedad privada fue un pilar del fascismo y choca directamente con la idea de abolir la propiedad. Por ejemplo, Mussolini, tras llegar al poder, forma un gobierno con los liberales y conservadores, con los que compartía su anticomunismo, su apoyo a la propiedad privada o su oposición a la lucha de clases.

Algunos liberales dicen que los fascismos son anti-migrantes. Bueno en gran parte sí. Aborrecen lo que llaman las "razas inferiores" y hasta los culpan de los problemas internos de un país. Así pasó con los judíos o gitanos en Europa, así pasa con los latinos o los negros en Estados Unidos. Por ejemplo, países de corte capitalista, liberal, imperialista, como el Reino Unido, justificaban el colonialismo con base en la idea de la " raza inferior".

Dicen que los fascismos son antiglobalización debido al nacionalismo exacerbado. En parte sí, en parte no. Lo que ocurre es que el nacionalismo sobreprotege la industria nacional pero su globalización es a la inversa. Tanto los liberales como los fascistas defienden la propiedad privada como un baluarte que, en suma, es la protección del status quo establecido. La globalización y el imperialismo se convierten en el esquema de dominación económica para someter a los países más débiles, sin embargo, la globalización no puede voltearse hacia las potencias. Las clases dominantes de los países más pequeños son subalternas de las clases dominantes de las potencias. Se imponen modelos económicos dependientes que impiden el desarrollo de estas economías más pequeñas. Estos casos son muy comunes hasta el día de hoy: marcos como los tratados de libre comercio hacen que los países pobres acepten medidas que los países ricos, nunca aprobarían para su economía. Así mismo, las teorías liberales anti-proteccionistas sólo se aplican a los estados débiles como modelo de sumisión. El liberalismo tiende a proteger su capital financiero e industrial si este se ve amenazado por agentes externos, el fascismo también.


Hay que recordar que cualquier signo de igualdad es inmediatamente dejado de lado. El derecho natural es una base para entender esto. El fascismo considera que la sociedad es naturalmente desigual, puesto que existen personas aptas y otras que no. Esto, evidentemente, perpetúa las relaciones de desigualdad entre las clases sociales, lo que permite al mismo tiempo justificar la dominación de unos sobre otros. Estas ideas del darwinismo social son hijas del liberalismo del Siglo XIX y del positivismo que sirvió para legitimar y desarrollar las prácticas imperialistas y algún genocidio que otro.
Hay otro gran error, creer que los fascistas adoran los Estados de Bienestar. Sin embargo, esto es falso, salvo si se retoma el papel del Estado desde el punto de vista nacionalista. Los estados benefactores pertenecen a las corrientes socialdemócratas, pero estas ideas reformistas e intervencionistas del Estado se practican, incluso, en los países liberales, tal es el caso de los Estados Unidos. Además, los fascismos se dedicaron a realizar grandes privatizaciones quitando el rol del estado sobre estratégicas empresas.

La protección de las industrias o de los bancos ha sido un fenómeno recurrente en la política norteamericana, basta remontarse a los paquetes aprobados para salvar al sector financiero tras la crisis de 2008. Sin embargo, estas intervenciones del Estado responden más a un apoyo para el sector capitalista y no para el pueblo. Entonces, el intervencionismo que ayuda a las clases dominantes es parte de la doctrina liberal. En el XIX, se consideraba que los estados debían solventar algunos gastos sociales, pero ha de tenerse presente que esto era con fines ideológicos encaminados hacia el control de la población. La seguridad ciudadana es el fundamento más intervenido por el Estado, pues este, por medio de la represión policiaco-militar, protege los intereses de la clase burguesa liberal. Podemos decir así, que los fascistas aborrecen los Estados de Bienestar cuando limitan la acción del sector capitalista. La intervención siempre será en el marco de prevalecer los intereses de una clase en detrimento de otra, por ello se da un control exhaustivo de los trabajadores y de cualquier signo de igualdad y libertad plena. Para los liberales y los fascistas, el Estado es sólo un medio para la protección de la propiedad privada y beneficiar a las elites dominantes.

Por último, haciendo referencia al conservadurismo del fascismo, podemos decir que la respuesta es básica, el control social. Mientras mayor sea la libertad para los grupos sociales, mientras más derechos van adquiriendo las sociedades, mayor será el grado de tensiones entre el Estado y la población. La solución del liberalismo es estirar y achicar el hilo social. Cuando sus privilegios se ven amenazados por la cada vez mayor adquisición de derechos, inmediatamente los limita por métodos violentos. A mayor libertad e igualdad, mayor empoderamiento social. Con mayor poder, las estructuras de poder se tambalean. Los liberales empiezan permitiendo la adquisición de derechos, más conforme estos se adelantan a su capacidad de control, cae irremediablemente en totalitarismos fascistas.

Conforme el Estado va perdiendo sus funciones sociales para desarrollar las funciones económicas, tiende a perder el control sobre la sociedad. Al mismo tiempo, la superestructura y sus aparatos ideológicos y represivos se hacen menos efectivos para la vigilancia de la población, y ahí surge el fascismo, o el monstruo como diría Gramsci. El temor a perder los privilegios capitalistas, motiva a un mayor intervencionismo del Estado. Basta con recordar el contexto en que surgen los nacionalismos fascistas en Europa posterior a la Gran Guerra y la Crisis de 1929 y el avance del comunismo. Podemos observar así que en ciertos aspectos hay ciertas tendencias entre el liberalismo y el fascismo. El segundo es solo una manifestación del primero, y hasta podría decirse que su expresión máxima en defensa de los intereses de la clase dominante.

Fuente:

https://bitacoradeoctubre.wordpress.com/2018/06/25/fascismo-y-liberalismo/

https://critica.jimdofree.com/reflexion-editorial/editoriales-anteriores/fascismo-y-liberalismo-cual-diferencia/-


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