Una introducción al problema de los conceptos de Ciudadanía y Estado en América Latina y el Caribe en tiempos del liberalismo global.
Articulo escrito por Facundo Di Vincenzo:
- El problema de la ciudadanía en la historia de Latinoamérica y el Caribe:
El problema de la ciudadanía en su
relación con el pueblo y la democracia tiene raíces históricas relacionadas con
una multiplicidad de aspectos. Intentaré demostrar que, fundamentalmente, el
problema es el resultado de una doble exclusión ejercida sobre “los pueblos” de
la región, primero, una exclusión de los pueblos respecto a la historia oficial
creada por los Estados Nación surgidos durante el siglo XIX; segundo, una
exclusión de los pueblos respecto a las formas de representación política
implementadas por estos Estados.
Al mismo tiempo, el problema se
relaciona estrechamente con los efectos generados por una colonización cultural
y pedagógica que opero y opera vaciando el contenido de lo que significa
ejercer la ciudadanía en esta región del planeta.
La doble exclusión de los pueblos.
Génesis del problema.
Los primeros habitantes del
continente que hoy llamamos “América” llegaron a estas tierras cruzando el
estrecho de Bering hace unos 20.000 años.[1] En
América, la llamada “revolución del neolítico”, en donde la especie humana pasa
de una economía recolectora a otra productiva, no se produjo hace 9000 años
como en África[2],
tampoco nos vimos afectados por estas comunidades africanas, sino que los recolectores
y cazadores que cruzaron el estrecho de Bering, desarrollaron hace unos 7000 a
5000 años de un modo propio y original su “Revolución del Neolítico”.[3]
Específicamente, los arqueólogos hallaron vestigios de comunidades sedentarias
en el Valle de Tehuacán.[4]
Algunos especialistas de la cultura Mesoamericana encuentran que las particularidades de la organización
político económica de la comunidad ejidal mexicana radican en el proceso de
transformación surgido de esta original revolución del neolítico americana. Por
otra parte, en la cordillera de los andes, también las comunidades andinas
lograron la domesticación de plantas y animales bajo un modo de producción
inédito para la humanidad (tanto por las relaciones de producción como por las
características del vínculo entre los humanos y sus medios de producción)
llamado: el ayllu.[5]
En nuestro continente, los primeros grandes centros urbanos
surgen hace 1700 a 1100 años, mientras que las organizaciones estatales
centralizadas políticamente en grandes extensiones territoriales aparecen entre
hace 1100 a 500 años. No tuvimos la misma cronología que propuso y propone el
mundo académico occidental para la “historia de la humanidad”. No tuvimos una
edad antigua de palacios y reyes hace 5000 años, tampoco tuvimos feudalismo.
Nuestra entrada al esquema histórico que propusieron lo centros
académicos europeos, se produce a partir de la llegada de estos al continente
en 1492.
En este sentido, la modernidad llegó en barcos europeos.
Peor aún, la historia de América que se escribió, será la historia desde la
llegada de estos barcos europeos. No es extraño. Como señala el sociólogo
marroquí Abdelkebir Kathibi[6],
toda sociedad humana escribe la historia de la relación con el territorio en el
que vive, y como afirma el escritor uruguayo, Eduardo Galeano, esa historia, la
escribieron los que ganaron, aunque eso no impidió, la existencia de otras
historias.[7]
Los europeos comenzarán desde 1492 a proyectar sobre los
habitantes de América un pasado no americano, tampoco real. Un pasado no
histórico. ¿Cómo es esto? Su imagen de los tiempos anteriores a su llegada,
será la imagen de un pasado bíblico primero, en donde los nativos estaban como
en los tiempos de Adán y Eva (así lo expresaban los primeros conquistadores y
religiosos que llegaban “al nuevo mundo”)[8], y
cuatrocientos años después, se continuará escribiendo sobre una América “no
real”, en la medida de ser relatos signados por la caracterizaciones de una
América inferior, bárbara y salvaje. Em definitiva, un conjunto de
significaciones que, ligadas a las nociones de una Europa superior, civilizada
y moderna, confluirán en aquello que el filósofo argentino Enrique Dussel llama
“el mito de la modernidad”.[9]
Tras la emancipación, el proceso de conformación y
construcción de los Estados Nación en América será llevado a cabo por las
elites letradas de las ciudades portuarias defensoras de economías abiertas al
mercado europeo. Estas elites, como señala el antropólogo brasileño Darcy
Ribeiro, realizarán una segunda conquista contra todos “los pueblos” (los
originarios, mestizos, negros y mulatos) que, paradójicamente fueron
quienes lograron la emancipación[10].
Estas elites vencerán en las guerras civiles a todos los representantes
elegidos por los “pueblos” de las provincias y regiones no hegemónicas. La
victoria sobre estos sectores, iniciará un proceso que llega hasta nuestros
días, en donde primó la negación del pasado histórico (indígena, colonial,
mestizo, gaucho, africano, católico y comunitario).
Prácticamente 300 años después del inicio de la conquista, los Estados Nación en América
Latina y el Caribe que surgieron durante el siglo XIX, se basaron en una matriz
de pensamiento político y económico liberal, ilustrado o iluminista, que
emergió en Europa tras la Revolución Francesa. En este sentido las elites
letradas de las ciudades puerto inventaran las naciones americanas desde una
matriz de pensamiento iluminista durante los siglos XIX y positivista (racista,
evolucionista y eurocentrica) después.
Paradójicamente, debo
destacar que la contemporaneidad surgida de la revolución francesa en Europa,
sí reconoce el pasado histórico. Vale decir,
la conformación de las nacionalidades europeas, en Francia, Alemania e
Italia, redimensionan la esencia de sus “pueblos”, dedicando especial atención
a su pasado, historia, cultura y tradiciones.[11]
Por ello la contemporaneidad europea se asume como representativa de sus
pueblos, devenidos de ahora en más en ciudadanos. Sus principios fundantes, son
los declarados durante la Revolución Francesa de 1789: Libertad, Igualdad,
fraternidad.
Principios que por otra
parte, aunque se declararon como universales, fueron negados en otros lugares
del planeta. Por ejemplo, los franceses revolucionarios niegan estos principios
en América para los Revolucionarios negros de Haití. Los principios, según lo
afirmaron los revolucionarios franceses, eran solo para los blancos europeos.
Incluso con la victoria de los revolucionarios haitianos, son los haitianos y
no los franceses los que vuelve universales a estos principios. En la
constitución que sancionan en 1805 no distinguen color, raza y ni lugar de
nacimiento.[12] Dice la Constitución
Imperial de Haití de 1805:
“Tanto en nuestro nombre particular
como en el del pueblo de Haití, que legalmente constituimos los órganos fieles
y a los portavoces de su voluntad. En presencia del Ser Supremo, delante de
quien son iguales los mortales, y que ha esparcido tantas especies de criaturas
diferentes en la superficie del globo con el fin de manifestar su gloria y su
poder en la diversidad de sus obras; en frente de la naturaleza entera, de la
que nosotros hemos sido tan injustamente y después de tanto tiempo considerados
como los hijos rechazados: Declaramos que el contenido de la presente
Constitución es la expresión libre, espontánea e invariable de nuestros
corazones y de la voluntad general de nuestros conciudadanos; la sometemos a la
sanción de Su Majestad el emperador Jacques Dessalines, nuestro libertador,
para recibir su rápida y entera ejecución.”
Y
en el artículo 14 de la constitución declaran:
”Art. 14. Necesariamente debe cesar
toda acepción de color entre los hijos de una sola y misma familia donde el
Jefe del Estado es el padre; a partir de ahora los haitianos solo serán
conocidos bajo la denominación genérica de negros.”[13]
Como
puede observarse, los revolucionarios haitianos, no sólo reconocen el valor de
la historia, sino que lo articulan, con su memoria y pasado de injusticias y
traslados forzados, con las causas de su revolución y posterior sanción de una
constitución nacional. En síntesis, no parten de un punto cero, como en los
otros casos de América herederos de la tradición republicana norteamericana y francesa,
más bien, todo lo contrario.
En
la mayoría de las casos de América Latina y el Caribe, este reconocimiento del
pasado de los pueblos, que es lo mismo que decir, el reconocimiento de quienes
habitaban las tierras, no fue el mismo. Lejos de reconocer la historia de los
pueblos de las Américas, lo que primo fue una matriz de pensamiento surgida en
Europa. Quienes se encargaron de introducirlo y difundirlo fueron las elites
letradas de las ciudades con puerto que miraban al Atlántico y al Pacífico. Elites que se adueñaron de los
Estados, venciendo con las armas y, en algunos casos, con la ayuda de los
imperialismos europeos, a los otros proyectos de Estado Nacional. Buena parte
de estos “otros proyectos” no respondían al pensamiento liberal decimonónico,
sino que provenían de las tradiciones arraigadas en el periodo anterior a la
emancipación con basamento en los Movimientos de emancipación indigenistas, en
las experiencias de las misiones jesuíticas, en ideas surgidas de gobernadores,
coroneles y generales de las ciudades del llamado “interior” o surgían de los
liderazgos revolucionarios de personalidades como Simón Bolívar, José de San
Martín y José Gervasio Artigas. En síntesis, eran todos ellos, proyectos
fundados en una representación y participación más amplía, popular si se
quiere, reconociendo las tradiciones, culturas y soberanías pre existentes
hacia mediados del siglo XIX, incluyendo a los sectores excluidos de la
ciudadanía por las elites portuarias (esclavos, libertos, indios, mulatos).
Hoy,
a más de 520 años después de la llegada de Cristóbal Colón y a más de 200 años
de nuestras revoluciones de la independencia, los pueblos de Latinoamérica y el
Caribe aún luchan por la emancipación cultural, pedagógica, económica y
política. Son otras luchas, y en algunos casos, con otros imperios de distintas
características (Monopolios de empresas transnacionales dueñas del circuito
completo de la circulación de mercancías, extracción, producción, venta y
circulación).
Hoy a más de quinientos
años de la primera fase de conquista, como señala el político e historiador
dominicano Juan Bosch en su libro El
Caribe. Frontera imperial, nuestra historia fue la historia de las luchas
de los imperios contra los pueblos de la región para arrebatarles sus ricas tierras;
fue también la historia de las luchas de los imperios, unos contra otros, para
arrebatarles porciones de lo que cada uno de ellos había conquistado; y es por
último la historia de los pueblos para librarse de sus amos imperiales.[14]
Los
Estados Nación del siglo XIX en América Latina y el Caribe y la ciudadanía
Los
Estados Nación en América Latina y el Caribe que surgieron durante el siglo
XIX, se basaron en una matriz de pensamiento político y económico liberal[15], ilustrado[16] o iluminista, que emergió
en Europa luego la Revolución Francesa. En este sentido, el periodo
revolucionario en América, como en Europa tras 1789, se puede condensar en
torno a la aspiración por la unidad de componentes heterogéneos, complejos y en
muchos casos, contradictorios. Una homogeneidad, que ocultará las diferencias
sociales, étnicas y políticas. Vale decir, aquello que es percibido como una
cualidad, y que aparenta derribar todas las diferencias entre los hombres en su
obsesión por la igualdad, en el caso de Latinoamérica y el Caribe, llevo a
despreciar y/o pretender eliminar todas las barreras del pasado (católico,
español, indígena, colonial, monárquico). En este sentido, los imperativos de
unidad e igualdad son concebidos como indisociables para las nuevas repúblicas
americanas, comenzando a proyectar un imaginario de unidad e igualdad.
Para
la historia de los pueblos de Latinoamérica y el Caribe, este imaginario, muta y oculta las
diferencias sociales y económicas de las sociedades americanas. Este imaginario
se expresa en la idea de ciudadanía, que designaría la copertenencia a un mundo de pares[17]
y que se simboliza, por ejemplo, en el ejercicio del sufragio universal.
El inicio de la
contemporaneidad europea habla del origen de la ciudadanía, sin embargo en
América Latina y el Caribe, la mayoría de sus habitantes ni podían elegir a sus
representantes, ni podían gozar de una ciudadanía plena.
Como señala el
historiador brasileño, José Murilo de Carvalho[18],
para que sea posible ejercer la ciudadanía, se deben cumplir tres
elementos: los derechos civiles, derechos políticos y derechos sociales. Para
precisar.
Los derechos civiles,
son los derechos fundamentales a la vida, a la libertad, a la igualdad ante la
ley. Permiten que el ciudadano tenga la posibilidad de viajar y mudar de
domicilio, de elegir un mejor trabajo, de expresar el pensamiento propio, la
garantía que sólo la autoridad judicial competente puede dictar, según lo
disponga la ley, la orden de aprehensión; en la seguridad de que nadie puede
ser condenado sin proceso legal regular. En definitiva, son derechos cuya
garantía depende de la existencia de una justicia independiente, eficaz y al
alcance de todos. Son estos derechos los que posibilitan la existencia de una
sociedad civil.
Los derechos políticos
refieren a la relación entre todos los habitantes de un territorio y el sistema
político que existe en ese territorio, en el sentido del grado de participación
verdadero de la población, su representación y expresión, en el gobierno. Se ejercitan
por medio de la posibilidad que tienen los ciudadanos de discutir problemas de
gobierno, de realizar manifestaciones políticas, de organización partidos, de
votar, de ser votado. La mayoría de las veces, cuando se habla de los derechos
políticos, sólo se mencionan las elecciones[19],
en cambio sin la existencia de los derechos civiles, sobre todo, sin la
libertad de opinión, difusión, organización y manifestación, los derechos
políticos tienen un alcance muy limitado, quedan vacíos en su contenido, sirviendo
más para justificar a los gobiernos que para representar a sus ciudadanos.
Los derechos sociales
garantizan la participación de todos los ciudadanos en la riqueza colectiva,
incluyen el derecho a la educación, el trabajo, el salario justo, la salud, la
jubilación, la libre elección e igualdad entre los géneros sexuales, etc… Los
derechos sociales son los que permiten que las sociedades políticamente
organizadas, puedan reducir la desigualdad y garantizar a todos un nivel
aceptable de bienestar, la idea central se basa en la justicia social.
En síntesis, desde esta perspectiva, cualquier
observador o estudioso de la historia de nuestra región, puede dar cuenta que
para los habitantes de América y el Caribe, la ciudadanía plena llego, cuando
llego, recién hacia mediados del siglo XX, con las primeras democracias con
verdadera representación popular.
- El concepto de Estado en tiempos del liberalismo global. Los límites del progresismo para la comprensión de la democracia Nacional y Popular.
Primero, una breve historia del
concepto. Uno de los primeros en abordar en profundidad el tema del Estado
moderno fue el filósofo alemán, Georg Hegel (1770-1831), quien escribió:
"Las leyes expresan las determinaciones del contenido de la libertad objetiva"
[…] “La constitución es la
estructuración del poder del Estado (...). La constitución es la justicia
existente, como realidad de la libertad en el desarrollo de todas sus
determinaciones racionales".[20]
Otro filósofo y politólogo Alemán, Max Weber (1864-1920) en 1919, define al
Estado moderno “como una asociación de dominación con carácter institucional
que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio el monopolio
de la violencia legítima como medio de dominación y que, con este fin, ha
reunido todos los medios materiales en manos de sus dirigentes y ha expropiado
a todos los seres humanos que antes disponían de ellos por derecho propio,
sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas.”[21]
Otros autores, que son referencia
sobre el tema para el caso argentino, como Natalio Botana y Oscar Oszlak, han
seguido en buena parte estas definiciones. Botana, apoyándose en las ideas de
Juan Bautista Alberdi, sostiene que el Estado Argentino se consolida en 1880,
cuando el ejército nacional de Julio A. Roca vence en tres sangrientas batallas
al ejercito de Buenos Aires, logrando así, el monopolio de la violencia en el
todo el territorio, dice Botana: “La obediencia, en este caso, no se obtiene
por la persuasión, sino por la violencia; no hay, en rigor, consenso voluntario
sino acto de asentimiento ante el peso actual o la inminente amenaza de
fuerza.”[22]
Oszlak, en varios textos trato el tema de la formación, desarrollo y
características de los Estados en América Latina y el Caribe. Destacó cinco elementos indispensables para
su existencia: 1. capacidad de externalizar su poder, obteniendo reconocimiento
interestatal; 2. capacidad de institucionalizar su autoridad, imponiendo el
monopolio sobre los medios organizados de coerción; 3. capacidad de diferenciar
su control, a través de instituciones
públicas con reconocida legitimidad para extraer recursos de la sociedad civil;
4. capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de
símbolos que refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social y
permiten, en consecuencia, el control ideológico como mecanismo de dominación.[23]
El liberalismo (progresismo), su
concepto de Estado y los Estados latinoamericanos
En las definiciones de Weber, Botana
y Oszlak observo una serie de problemas comunes para la comprensión de las
características particulares de los Estados Nacionales en América Latina y el
Caribe, como de su función y/o relación para los que habitan el territorio.
¿Cómo es esto?
En primer lugar, se demuestra en
estas definiciones su raíz ideológica liberal. Observo una operación que
intenta cosificar al “Estado”, en el sentido de hablar como algo no viviente,
inerte, en consecuencia, carente de transformación, en definitiva,
deshumanizado. No debería sorprendernos, ya que en esta concepcíon, cuyo
objetivo es atomizar los individuos no viven en una comunidad (natural,
histórica y tradicional) sino que los humanos viven en una sociedad y son
considerados, al mismo tiempo como seres “libres” de las afecciones posibles de
“esta comunidad”. No están integrados entre sí, o para ser más preciso, son
presentados como seres vinculados mediante pactos y asociaciones ligadas a
distintos intereses temporales y determinados individualmente. De allí que el
Estado desde las definiciones seleccionadas se describe cómo una institución
con la cual los individuos establecen una asociación, una sociedad. El Estado
en la concepción liberal es la institución que objetiviza mediante la acción de
elimina las subjetividades, claro está, esto produce gracias a que el Estado se
presenta como una institución nacida de la razón moderna (científica,
académica, lógica). Alguna vez, probablemente,
los/as lectores/as han escuchado algún vecino o familiar decir: “yo pago
mis impuestos y el Estado no cumple” o “porqué debo sostener con mis impuestos
a otros, a los que el Estado le paga planes o subsidios”. Esto reclamos
manifiestan la idea liberal del Estado en donde se disuelven las relaciones
familiares, comunales, espirituales, nacionales, generaciones y sentimentales,
aquello que Juan Domingo Perón llama “Los valores eternos”[24].
El Estado liberal de derecho no
tiene ningún valor afectivo y espiritual con el ciudadano. ¿Cómo es esto? ¿Qué
es ser ciudadano? Si tomamos a Hegel, bajo la abstracción generada por el
supuesto de “leyes objetivas” se produce la re invención de la idea de
ciudadanía., término que deriva del latín “civitas” que significaba ciudad y
que se asignaba en la antigua Grecia a cualquier habitante de un espacio,
disociando a ese ser humano con las relaciones existentes con los otros seres
humanos. Es decir, la ciudadanía homogeniza a los humanos, es un término que
separa los vínculos, diferencias, tradiciones, costumbres y demás aspectos
anteriores (y presentes) entre los que habitan ese espacio, y en ese sentido,
se puede afirmar que la ciudadanía es una invención, ya que sólo mediante una
abstracción podríamos considerarnos como iguales entre los que habitábamos una
misma ciudad. Los humanos no somos iguales. Los humanos nunca fuimos iguales,
no lo fueron en la Francia de 1789 ni en las Provincias Unidas del Río de la
Plata luego de 1810.
Ahora bien, esa diferencia natural
no nos ha disgregado, ya que también nuestra naturaleza es la de ser animales
gregarios, vivimos en comunidades y nos agrupamos por relaciones sentimentales
con otros humanos. Somos animales que sin el otro no podemos sobrevivir. Somos
diferentes pero al mismo tiempo vivimos todos, con nuestras diferencias, en una
misma comunidad.
Otro pensador, político y también
Revolucionario, Vladímir Ilich Uliánov: Lenin, escribió en El Estado y la Revolución de 1917, que
el Estado “Es el producto de la sociedad” y en ese sentido, su existencia,
dice: “demuestra el carácter irreconciliable de las contradicciones entre las
partes que ocupan el territorio de ese Estado”, en definitiva, es por medio del
Estado, como árbitro, que pueden acotarse las desigualdades inherentes al modo
de producción capitalista, podría decir, parafraseando a Lenin, que negar la
existencia del Estado o intentar derribarlo es suponer que estas desigualdades
no existen.
La deshumanización provocada por la
concepción liberal encontró expresión en el holograma de la ciudadanía. En su
relación con el Estado moderno pos Revolución Francesa, explica Juan Domingo
Perón en su texto La Comunidad Organizada
de 1949:
“Hegel convertirá en Dios al Estado.
La vida ideal y el mundo espiritual que halló abandonados los recogió para
sacrificarlos a la Providencia estatal, convertida en una serie de absolutos.
De esta concepción filosófica derivará la traslación posterior: el materialismo
conducirá al marxismo, y el idealismo, que ya no se acentúa sobre el hombre,
será en los sucesores y en los intérpretes de Hegel, la deificación del Estado
ideal con su consecuencia necesaria, la insectificación del individuo. El
individuo está sometido en éstos a un destino histórico a través del Estado, al
que pertenece. Los marxistas lo convertirán a su vez en una pieza, sin paisajes
ni techo celeste, de una comunidad tiranizada donde todo ha desaparecido bajo
la mampostería. Lo que en ambas formas se hace patente es la anulación del
hombre como tal, su desaparición progresiva frente al aparato externo del
progreso, el Estado fáustico o la comunidad mecanizada.”[25]
Juan Domingo Perón visibilizó la
inconsistencia, debilidad y superficialidad de la idea de justicia, el sustento
moral en el cual se apoya la legitimidad del Estado Liberal de derecho, ya que
objetivando las leyes (diseñadas, formuladas e implementadas por las
oligárquicas locales en el caso de nuestra América) convertían en Dios al
Estado, eliminando toda las diferencias sociales y económicas gracias a un
espectro, artificial y abstracto como lo es “la ciudadanía”.
En este punto observo que el problema
de la ciudadanía en su relación con el pueblo y la democracia tiene raíces
históricas relacionadas con una multiplicidad de aspectos vinculados a lo que
llamó la doble exclusión de “los pueblos” en la región, primero, una exclusión
respecto a la historia oficial creada por los Estados Nación surgidos durante
el siglo XIX; segundo, una exclusión de los pueblos respecto a las formas de
representación política implementadas por estos Estados.
Desde los años ochenta, el
liberalismo ha mutado nuevamente, liberales, devenidos en progresistas “del
gran mundo de las izquierdas” avanzaron conceptualizando una nueva definición
de Estado. Para precisar, con el telón de fondo de las democracias surgidas de
las movilizaciones populares (post debacle generada por el neo liberalismo en
los 80´/90´), llegaron al Estado liberal de derecho, gobiernos con verdadera
representación de las mayorías, pero estos estudiosos (liberal-progresistas)
lograron eliminar el contenido democrático de estos gobiernos bajo el término
de populismo, palabra escuchada hasta el hartazgo en los últimos veinte años y,
que más-menos, se sostiene en la idea de que los ciudadanos han sido
manipulados, han votado irracionalmente, en consecuencia, son considerados
Estados democráticos viciados, aparentes e ilegítimos. Pero no sólo eso, el
liberalismo también ha re significado las luchas de militantes populares del
siglo XX de los años previos al neo liberalismo desarrollados entre la década
del 50´ y del 70´. Como señaló el filósofo ruso Alexander Dugin[26]
en su última visita a nuestro país, bajo el halo de los derechos humanos, han
logrado desplazar la idea del Estado como comunidad organizada, disolviendo los
lazos espirituales, sentimentales, nacionales y colectivos, “los valores
eternos”, dice Dugin:
Facundo Di Vincenzo es Profesor de Historia –
Universidad de Buenos Aires, Doctorando en Historia– Universidad del Salvador,
Especializando en Pensamiento Nacional y Latinoamericano – Universidad Nacional
de Lanús, Docente de Historia Social y Política Latinoamericana, Historia
Social y Política Argentina, Historia Moderna y Contemporánea, Procesos
Históricos Mundiales, Seminario Manuel Ugarte “Pensador de la Nación
Latinoamericana” e Investigador del Instituto de Cultura y Comunicación,
Instituto de Problemas Nacionales y Centro
de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte”, Universidad
Nacional de Lanús.
Fuentes:
[1] Mandrini, Raúl, América
Aborigen. De los primeros pobladores a la invasión europea, Buenos Aires,
siglo XXI, 2010,
[2] Liverani, Mario, “Introducción y
caracteres originales” y “La Revolución urbana” en El antiguo oriente. Historia, sociedad y economía. Crítica,
Barcelona, pp. 20‐61 y 97 a 122.
[3]Jaramillo, Ana (dir.), “Los
orígenes”, en Atlas Histórico de América
Latina y el Caribe, Remedios de Escalada, UNLa, 2016. pp. 42‐130.
[4] Mc Clung de Tapia, Emily y Childs
Rattray (eds), Teotihuacan, Nuevos datos,
nuevas síntesis, nuevos problemas, México, IIA-UNAM, 1987.
[5] García Linera, Álvaro, Hacía el gran Ayllu universal. Pensar el
mundo desde los Andes, México, Altepeti Editores, 2015.
[6]Kathibi, Abdelkebir, “Maghreb
plural”, en Mignolo, Walter (comp.), Capitalismo
y geopolítica del conocimiento, Buenos Aires, Ediciones el signo, 2014, pp.
77-97.
[7]Galeano, Eduardo, “Introducción” y
“Fiebre del oro, fiebre de la plata”, en Las venas abiertas de América Latina”
[8]Todorov, Tzvetan, La conquista de América. El problema del
otro [1982], Buenos Aires, Siglo XXI, 2014; Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana, México,
Siglo XXI, 1991.
[9]Dussel, Enrique, “Eurocentrismo y
modernidad”, en Mignolo, Walter (comp.), Capitalismo
y geopolítica del conocimiento, Buenos Aires, Ediciones el signo, 2014, pp.
63-77.
[10]Ribeiro, Darcy, Las Américas y la civilización [3 tomos], Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1969.
[11]Mosse, George, La nacionalización de las masas. Simbolismo de masas en Alemania desde
las guerras napoleónicas al tercer reich, Madrid, Alianza Editorial, 2004;
Rosanvallon, Pierre, El modelo político
francés. La sociedad civil contra el jacobinismo de 1789 hasta nuestros días,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
[12]Grüner, Eduardo, “Haíti. La única
Revolución de esclavos triunfante”, en Marisa Pineau (editora) Huellas y legado de la esclavitud en las
Américas. Proyecto Unesco, la ruta del esclavo, Buenos Aires, Eduntref,
2012, pp. 223-229.
[13] Chávez Herrera, Nelson
(compilación), Primeras Constituciones de
Latinoamérica y el Caribe, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2010. pp. 159-170.
[14] Bosch, Juan, De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial
[dos tomos], Madrid, Espasa Calpe, 1970.
[15]El liberalismo al que hago alusión,
refiere a la doctrina política que sostiene como principios fundamentales, la propiedad privada y la libertad
individual. En materia de política económica,
propone un Estado limitado, restringiendo o desechando toda intervención
del Estado en la vida social, cultural y económica. En este sentido, en las
sociedades en donde el modo de producción capitalista es hegemónico, el
liberalismo tiende a perpetuar las
diferencias entre los sectores sociales que la integran.
[16]Por iluminismo o ilustración
considero al movimiento espiritual, intelectual, cultural y político surgido
durante las revoluciones burguesas de mediados del siglo XVIII. Este
movimiento, lo comprendo como el
basamento ideológico y conjunto de significados propuestos por la burguesía europea frente a su
contrario, integrado por las monarquías, el clero y la nobleza. En este
sentido, si bien el iluminismo o ilustración sostuvo entre sus principios
fundamentales, la conciencia basada en la razón, la confianza en el pensamiento
del hombre, la libertad, dignidad, autonomía, y emancipación y felicidad del
hombre, en realidad, aunque se proclamaban todos estas como universales, sólo
buscaban ser expresiones para los sectores burgueses de la europa central. Para
los demás países, estos principios no sólo fueron negados sino que, en aquellos
lugares en donde existían, las mismas burguesías imperialistas europeas se
ocuparon de eliminarlos.
[17] Rosanvallon, Pierre, El modelo político francés. La sociedad
civil contra el jacobinismo de 1789 a nuestros días, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2007.
[18] Murilo de Carvalho, José, Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil,
México D.F., FCE, 1995.
[19] Vinculados con el tema se han
realizado trabajos en los últimos veinte años, marcadamente influenciados por
rastrear la historia de los procesos de elección y representación en América
Latina y el Caribe, tras la vuelta a la democracia en la región. Sobre
participación, elección, y la relación entre el Estado y la ciudadanía,
encuentro estudios de historiadores, filósofos, antropólogos, politólogos de
diferentes países latinoamericanos, por mencionar el caso en donde en un mismo
trabajo participan autores de diferentes países
como es el caso del libro coordinado por la historiadora Hilda Sábato, Ciudadanía política y la formación de
naciones. Perspectivas históricas para América Latina, Fondo de Cultura
Económica, México D.F., 1999 o el coordinado por el filósofo Oscar Terán, Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX
latinoamericano, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. También se desataca el
trabajo de Waldo Ansaldi y Verónica Giordano, América Latina y la construcción del orden, Buenos Aires, Ariel,
2012. En tanto a los análisis particulares bajo la temática sobre la invención
de la nación remarquemos para el caso ecuatoriano el trabajo de Carlos
Palatines, Sentido y trayectoria del
pensamiento ecuatoriano, Quito, Biblioteca Central, 2010 y en el de Brasil
los trabajos de Murilo de Carvalho, La
formación de las almas. El imaginario de la república en Brasil, Buenos
Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997 y El desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, Colegio de México,
México D.F., 1997, en argentina destaco los estudios de Chiaramonte, José Carlos “La cuestión regional en el proceso de gestación del Estado nacional
argentinos. Algunos problemas de interpretación”, en Marco Palacio
(compilador), La Unidad nacional en
América Latina. Del regionalismo a la nacionalidad, México D.F, El colegio
de México, 1983.
[20] Hegel, Georg, La Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas [1817], Madrid, Alianza
Editoria, 1997.
[21] Weber, Max, La política, el político y el científico [1919], Buenos Aires,
Prometeo, 2003.
[22] Botana, Natalio, El orden conservador [1977], Buenos
Aires, Hyspamerica, 1986.
[23] Oszlak, Oscar, “Formación histórica del Estado en América Latina” [1982], en Lecturas sobre el Estado y las políticas
públicas, Buenos Aires, Jefatura del Gabinete de Ministros de la Nación,
2007.
[24] Perón, Juan Domingo, Doctrina Peronista [1948], Buenos Aires,
Ediciones Macacha Guemes, 1973.
[25] Perón, Juan Domingo, La Comunidad Organizada [1949], Buenos
Aires, Adrifer Libros, 2001.
[26] Dugin, Alexandr, Geopolítica existencial, Buenos Aires,
Nomos, 2017; Identidad y Soberanía contra el mundo
posmodernos, Buenos Aires, Nomos, 2017.
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