El movimiento anti-vacunas plantea una controversia en torno a las vacunas, que se refiere a una disputa acerca de la moralidad, ética, efectividad o seguridad de la vacunación en nuestras sociedades.
Desde que la vacunación empezó a practicarse a finales del siglo XVIII, sus oponentes han mantenido que las vacunas no funcionan, que son o pueden ser peligrosas, que en su lugar debería hacerse énfasis en la higiene personal y productos naturales, o que las vacunaciones obligatorias violan derechos individuales o principios religiosos. Desde entonces, las campañas contra la vacunación han dado como resultado graves daños sanitarios, reaparición de enfermedades y muertes innecesarias. En el año 2019, la Organización Mundial de la Salud catalogó a estos grupos de radicales anti-vacunas como una de las principales amenazas a la salud mundial.
En el discurso de los anti-vacunas podemos analizar 5 mitos reproducidos y los argumentos que los refutan:
1. "Es mejor inmunizarse padeciendo la enfermedad que a través de las vacunas".
La realidad: los preparados inmunológicos interactúan con el sistema de defensa del organismo para propiciar una respuesta similar a la que produciría la infección natural, pero no causan la enfermedad ni exponen a los riesgos de posibles complicaciones. En cambio, el precio de la inmunización por infección natural podría ser el retraso mental provocado por Haemophilus influenzae tipo B, defectos congénitos debidos a la rubeola, cáncer de hígado derivado del virus de la hepatitis B o muerte por sarampión.
2. "La vacuna combinada contra la difteria, el tétanos y la tos ferina puede provocar el síndrome de muerte súbita del lactante o SMSL".
La realidad: no existe una relación causal entre la administración de las vacunas y la muerte súbita del lactante , a pesar de que estos medicamentos se administran en un período en el que el recién nacido puede sufrir la SMSL. Lo que sí es cierto es que estas tres enfermedades pueden ser mortales, y que el recién nacido no vacunado contra ellas corre un alto riesgo de defunción y discapacidad grave.
3. "Las vacunas contienen mercurio, un metal que es tóxico y muy peligroso".
La realidad: a algunas vacunas se les añade tiomersal, un compuesto orgánico con mercurio que actúa como conservante. Pero no hay pruebas científicas que sugieran que la cantidad de tiomersal utilizada en las vacunas entrañe un riesgo para la salud.
4. "El sida surgió de la creación de una vacuna".
La realidad: en 1992 se publicó un artículo que sugería que el sida se había originado a partir de las vacunas de la polio administradas en el Congo Belga entre los años 1957 y 1960. Los autores argumentaban que el compuesto inmunológico se cultivó en células de riñón de chimpancé contaminadas con el virus de la inmunodeficiencia de los simios (VIS), que en las personas vacunadas había mutado a una forma viral muy similar que era el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Premisas falsas, ya que el VIS no se encuentra en las células de riñón de mono, además de que no se emplearon células de chimpancé. Y que, como ambos virus no están genéticamente muy relacionados, el desarrollo de una mutación habría conllevado décadas y no años.
5. "Las vacunas causan autismo".
La realidad: es rotundamente falso. Y no solo lo corrobora el hecho de que la revista The Lancet retirara el artículo de Andrew Wakefield de 1998 que erróneamente asociaba la vacuna contra el sarampión, la parotiditis y la rubeola con trastornos del espectro autista (TEA). En 2015, la revista PNAS sacó a la luz un estudio cofinanciado por un grupo antivacunas que, contra todo pronóstico para ellos, concluía que estas no juegan ningún papel en la neuropatología de los TEA. Ni en el hipocampo, más pequeño en los autistas , ni en otras estructuras neuronales se observaron diferencias. Además de que no había cambios de comportamiento en los vacunados, como denunciaban los antivacunas.
Esta creciente comunidad de antivacunas ha provocado que hayan resurgido, por ejemplo en Europa, epidemias de sarampión (con más de 400.000 afectados), de paperas en Estados Unidos y Brasil (con miles de afectados) o de difteria en Bangladesh. Uno de los argumentos que sustenta esta situación es afirmar que el sistema inmunológico de los niños necesita desarrollarse solo, de forma natural.
A nivel mundial, la inmunización vía vacunas evita más de 6 millones de muertes al año. Sin las vacunas, la humanidad quedaría indefensa ante los múltiples virus y enfermedades que existen e incluso podrían llegar a resucitar enfermedades que se consideran ya controladas. No podemos olvidar que las vacunas no solo protegen a los vacunados, sino que también protegen a personas no vacunadas, a través de la protección de grupo: los vacunados hacen un efecto barrera que evita que enfermen aquellas personas que no se pueden vacunar por motivos de salud.
Las vacunas fortalecen su sistema inmunológico, no lo debilitan. Las vacunas introducen una forma debilitada de virus en el organismo para que el sistema inmune pueda aprender a identificar y defenderse contra futuras infecciones.
Para personas jóvenes y mayores, aumentar el sistema inmune con una vacuna es particularmente importante. Por ejemplo, los niños deben recibir vacunas para infecciones peligrosas a una edad temprana, porque es cuando sus sistemas inmunes son más susceptibles. Los mayores, porque su sistema inmune ya es muy débil, pues a medida que envejecemos, el sistema inmunitario ya no trabaja tan bien, se vuelve más lento para responder, lo que aumenta el riesgo de enfermar.
Desde que la vacunación empezó a practicarse a finales del siglo XVIII, sus oponentes han mantenido que las vacunas no funcionan, que son o pueden ser peligrosas, que en su lugar debería hacerse énfasis en la higiene personal y productos naturales, o que las vacunaciones obligatorias violan derechos individuales o principios religiosos. Desde entonces, las campañas contra la vacunación han dado como resultado graves daños sanitarios, reaparición de enfermedades y muertes innecesarias. En el año 2019, la Organización Mundial de la Salud catalogó a estos grupos de radicales anti-vacunas como una de las principales amenazas a la salud mundial.
En el discurso de los anti-vacunas podemos analizar 5 mitos reproducidos y los argumentos que los refutan:
1. "Es mejor inmunizarse padeciendo la enfermedad que a través de las vacunas".
La realidad: los preparados inmunológicos interactúan con el sistema de defensa del organismo para propiciar una respuesta similar a la que produciría la infección natural, pero no causan la enfermedad ni exponen a los riesgos de posibles complicaciones. En cambio, el precio de la inmunización por infección natural podría ser el retraso mental provocado por Haemophilus influenzae tipo B, defectos congénitos debidos a la rubeola, cáncer de hígado derivado del virus de la hepatitis B o muerte por sarampión.
2. "La vacuna combinada contra la difteria, el tétanos y la tos ferina puede provocar el síndrome de muerte súbita del lactante o SMSL".
La realidad: no existe una relación causal entre la administración de las vacunas y la muerte súbita del lactante , a pesar de que estos medicamentos se administran en un período en el que el recién nacido puede sufrir la SMSL. Lo que sí es cierto es que estas tres enfermedades pueden ser mortales, y que el recién nacido no vacunado contra ellas corre un alto riesgo de defunción y discapacidad grave.
3. "Las vacunas contienen mercurio, un metal que es tóxico y muy peligroso".
La realidad: a algunas vacunas se les añade tiomersal, un compuesto orgánico con mercurio que actúa como conservante. Pero no hay pruebas científicas que sugieran que la cantidad de tiomersal utilizada en las vacunas entrañe un riesgo para la salud.
4. "El sida surgió de la creación de una vacuna".
La realidad: en 1992 se publicó un artículo que sugería que el sida se había originado a partir de las vacunas de la polio administradas en el Congo Belga entre los años 1957 y 1960. Los autores argumentaban que el compuesto inmunológico se cultivó en células de riñón de chimpancé contaminadas con el virus de la inmunodeficiencia de los simios (VIS), que en las personas vacunadas había mutado a una forma viral muy similar que era el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Premisas falsas, ya que el VIS no se encuentra en las células de riñón de mono, además de que no se emplearon células de chimpancé. Y que, como ambos virus no están genéticamente muy relacionados, el desarrollo de una mutación habría conllevado décadas y no años.
5. "Las vacunas causan autismo".
La realidad: es rotundamente falso. Y no solo lo corrobora el hecho de que la revista The Lancet retirara el artículo de Andrew Wakefield de 1998 que erróneamente asociaba la vacuna contra el sarampión, la parotiditis y la rubeola con trastornos del espectro autista (TEA). En 2015, la revista PNAS sacó a la luz un estudio cofinanciado por un grupo antivacunas que, contra todo pronóstico para ellos, concluía que estas no juegan ningún papel en la neuropatología de los TEA. Ni en el hipocampo, más pequeño en los autistas , ni en otras estructuras neuronales se observaron diferencias. Además de que no había cambios de comportamiento en los vacunados, como denunciaban los antivacunas.
Esta creciente comunidad de antivacunas ha provocado que hayan resurgido, por ejemplo en Europa, epidemias de sarampión (con más de 400.000 afectados), de paperas en Estados Unidos y Brasil (con miles de afectados) o de difteria en Bangladesh. Uno de los argumentos que sustenta esta situación es afirmar que el sistema inmunológico de los niños necesita desarrollarse solo, de forma natural.
A nivel mundial, la inmunización vía vacunas evita más de 6 millones de muertes al año. Sin las vacunas, la humanidad quedaría indefensa ante los múltiples virus y enfermedades que existen e incluso podrían llegar a resucitar enfermedades que se consideran ya controladas. No podemos olvidar que las vacunas no solo protegen a los vacunados, sino que también protegen a personas no vacunadas, a través de la protección de grupo: los vacunados hacen un efecto barrera que evita que enfermen aquellas personas que no se pueden vacunar por motivos de salud.
Las vacunas fortalecen su sistema inmunológico, no lo debilitan. Las vacunas introducen una forma debilitada de virus en el organismo para que el sistema inmune pueda aprender a identificar y defenderse contra futuras infecciones.
Para personas jóvenes y mayores, aumentar el sistema inmune con una vacuna es particularmente importante. Por ejemplo, los niños deben recibir vacunas para infecciones peligrosas a una edad temprana, porque es cuando sus sistemas inmunes son más susceptibles. Los mayores, porque su sistema inmune ya es muy débil, pues a medida que envejecemos, el sistema inmunitario ya no trabaja tan bien, se vuelve más lento para responder, lo que aumenta el riesgo de enfermar.
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